viernes, 30 de septiembre de 2011

Poeta negro de Antonin Artaud

Poeta negro, un seno de doncella
te obsesiona
poeta amargo, la vida bulle
y la ciudad arde,
y el cielo se resuelve en lluvia,
y tu pluma araña el corazón de la vida.

Selva, selva, hormiguean ojos
en los pináculos multiplicados;
cabellera de tormenta, los poetas
montan sobre caballos, perros.

Los ojos se enfurecen, las lenguas giran
el cielo afluye a las narices
como azul leche nutricia;
estoy pendiente de vuestras bocas
mujeres, duros corazones de vinagre.



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jueves, 29 de septiembre de 2011

¡Amor!, gritó el loro...de Rafael Alberti



¡Amor!, gritó el loro
(Nadie le contestó de un chopo al otro).

¡Amor, amor mío!
(Silencio de pino a pino.)

¡Amooor!
(Tampoco el río le oyó.)
¡Me muero!

(Ni el chopo,
ni el pino,
ni el río
fueron a su entierro.)



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miércoles, 28 de septiembre de 2011

Danza en la nieve de Günter Grass



Después de tantos cambios de tiempo,
duros se levantaban unos árboles ante un gris mojado,
ninguna otra cosa se le ocurría al invierno-
¡nieva!, ¡nieva!
Sobre el este y el oeste cae nieve,
cubre, iguala,
como si, por obra del tiempo,
hubiera vencido el socialismo
y Mariano Medina, el hombre del tiempo que empuja las nubes,
fuera -inmediatamente después del telediario-
su profeta.

Bailemos en la nieve, así,
mientras siga aquí, dejaremos huellas
en el blanco que crepita,
huellas que queden, huellas que queden,
hasta que -está anunciado- llegue el deshielo,
este u oeste, desnudos de nuevo
y sin manto, se puedan distinguir.

Bailemos en la nieve.



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martes, 27 de septiembre de 2011

Cuarto menguante de Amadeo Rojo Morientes


Estoy espiando a una Luna que se desviste en el edificio de enfrente. Y me transporto hacía ella con mis prismáticos.

Me cuelo enhebrado por la ventana. Oculto en un pequeño rincón del interior de su cuarto menguante.

Las paredes se hacen cada vez más pequeñas, el techo más bajo.
Y su ropa rebosa a borbotones por los cajones de unos diminutos armarios
El salón corre la misma suerte, y el pasillo a modo de acordeón, resopla y se frunce en un ajetreo de abanico.

La Luna sigue desvistiéndose en el edificio de enfrente, sonrojándose por mi presencia y con ganas de eclipse.

 Cada vez la espío a más distancia, a más altura, a más minutos, a más años luz de lo que nunca podría llegar con unos prismáticos de 20 aumentos.

Una Luna llena, de todos mis deseos

La puerta se abre y miles de personas forcejean con mis zapatillas para arrancarme fuera de la ventana, tras ellas salen los prismáticos, llevando en sus 20 aumentos, una Luna completamente desvestida en su cuarto menguante.

Y quedo yo, cada vez más creciente. Pero sin zapatillas y sin prismáticos. Entrecerrando los ojos, con la ilusión de alcanzar el edificio de enfrente en un salto de miopía.

De modo que esperaré paciente 28 días. Y tras otros 28 días volveré a esperar 28 días más. Descalzo y sin prismáticos. Tal vez mientras, escriba algo sin sentido. Para que cuando transcurran los años. Y me encuentren sentado frente a una ventana descalzo, sin prismáticos y con pilas y pilas de hojas manuscritas sin sentido; digan de mí. No hay duda, definitivamente… era un lunático.

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lunes, 26 de septiembre de 2011

Un Dios Punk de Garbi KW


I
Los nervios se enredan en los pilares que sostienen la cordura,
hospital de ladrillos alucinógenos,
probetas con ácidos que te devuelven a seres que no conoces,
renace lo roto y disminuye la salud mental,
clavos que crucifican un corazón en huelga,
junto a un reloj que no funciona, porque nunca funcionó,
ojos que se vuelven cada segundo más turbios,
por todos esos náufragos que no tienen escrúpulos.

II
Volátil amasijo de palabras que no existen,
escarcha y lagrimas,
un suicidio cada dos fracasos,
grietas en el corazón de los que recorren la noche,
trozos del horror más extremo,
fragancias del pánico mas exquisito,
un cristo engreído clavado entre los músculos y la piel,
hilos orgánicos y armónicos, corazones desgarrados
volátil amasijo de palabras que no existen.

III
en ocasiones no soporto la vida,
me odio y quiero morir, mártir sádico de mi frustración,
hay días en que mi vida es el rastro de lo que cuesta caminar,
ya hace tiempo que vencí a la falsedad
y reconocí ser un monstruo,
los estigmas dejaron su cicatriz, infectada de apatía,
los años me hicieron mas fuerte, maldito y orgulloso,
hay días en los que me encuentro a mí mismo
y sé que soy un bicho del delirium tremens,
nacido para molestar con su verdad:
en su vida cada uno es su Dios, un dios punk. 

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domingo, 25 de septiembre de 2011

El crepúsculo de amatista... de James Joyce



El crepúsculo, de amatista, se torna
     Azul más y más intenso,
El farol llena de un tenue fulgor verde
     Los árboles de la avenida.

El viejo piano interpreta una melodía
     Serena y lenta y jovial;
Ella se encorva sobre las teclas amarillentas,
     E inclina así su cabeza.

Tímidos pensamientos, ojos serios y abiertos
     Y manos que vagan mientras escuchan...
El crepúsculo Se torna azul aún más oscuro
     Con reflejos de amatista.



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sábado, 24 de septiembre de 2011

Apología de Oscar Wilde

¿Es tu voluntad que yo crezca y decline?
     Trueca mi paño de oro por la gris estameña
y teje a tu antojo esa tela de angustia
     cuya hebra más brillante es día malgastado.

¿Es tu voluntad -Amor que tanto amo-
     que la Casa de mi Alma sea lugar atormentado
donde deban morar, cual malvados amantes,
     la llama inextinguible y el gusano inmortal?

Si tal es tu voluntad la he de sobrellevar
     y venderé ambición en el mercado,
y dejaré que el gris fracaso sea mi pelaje
     y que en mi corazón cave el dolor su tumba.

Tal vez sea mejor así -al menos
     no hice de mi corazón algo de piedra,
ni privé a mi juventud de su pródigo festín,
     ni caminé donde lo Bello es ignorado.



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viernes, 23 de septiembre de 2011

Estaciones de Ted Hughes



I

     De pronto su pobre cuerpo

se quedó sin la defensa
de su mente adormilada.

     Antes de que el funeral se diluyera,
el féretro, como una lancha, se rompió a fuerza de sacudidas
entre las grandes estrellas que nadaban por su ruta.

     Un rato

el tallo del tulipán a la puerta superviviente
y su chaqueta, y su esposa, y su última almohada
cogidos unos a otros.


II

     Comprendo los ojos hundidos

de los viejos

secos residuos

rotos por mares que no podían vivir.

III

     Eres extraño, sales de un huevo

puesto por tu ausencia.

     En el gran vacío te sientas contento,
mirlo entre nieve húmeda.

     Si pudieras hacer sólo una comparación:
tu situación es tan triste que desistirías.

     Pero tú, desde el principio, rendido al vacío total,
luego a él se lo dejas todo.

     Ausencia. Tu propia
ausencia

llora su reposo a través de tu música consumada,
su capa oscura sobre tu alimentar.

IV
     Ya digas, pienses, sepas
o no, así es, así es, como
sobre raíles sobre
el cuello que dejan sus ruedas
la cabeza con su vocabulario inútil,
entre los plátanos azotados.

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jueves, 22 de septiembre de 2011

Única de Amadeo Rojo Morientes

Cuando pienso en Lucía irremediablemente he de hacerlo también en Lorena…la razón he de buscarla 28 años atrás, en la camilla de hospital de la señora Leonor.

La rutinaria ecografía de la embarazada que está estirada sobre la camilla  mirando a la pantalla y envuelta en una fría y casi húmeda bata, transcurre de la misma forma que las veces anteriores, la doctora Lidia López explica sus intenciones de montar una clínica privada donde podría experimentar con…¡un momento¡…pasa algo extraño... habíamos hablado de que eran gemelos?, sí es cierto, pero sólo capto un único compás de latidos…

Los meses que siguieron hasta el parto fueron un ir y venir a la consulta, a las tiendas de pre-mamas a devolver la mitad de todo lo que habían comprado, llorar por un solo ojo, y sufrir por un lado del pecho…

Pero, llegó el momento de romper aguas, pasar por el quirófano, llamar a las familias y…descubrir él porque de captar únicamente un solo ritmo cardiaco.

Plas¡¡plas¡¡buaaaaaaá¡¡, buaaaaaaaá¡¡….el llanto de las primeras siamesas unidas por un mismo corazón…cuarenta dedos, dos cabezas, cuatro ojos.. y un solo corazón, un corazón lo suficientemente grande para bombear el doble de sangre de lo normal, pero al fin y al cabo, un único corazón…salvo ese detalle, dos niñas, Lucía y Lorena perfectamente sanas.

De modo que cuando 25 años después, entré en la fiesta de cumpleaños de mi compañera de piso Laura y vi a Lucía( la más bella visión que pudiera haber tenido a lo largo de mi vida) no tuve por más que ver a Lorena( sin otro interés que estar demasiado cerca de Ella)

Durante horas y horas de conversación, risas, miradas, y caricias furtivas a los dedos, mi mente volaba de aquí para allá, un vuelo con una sola y única pista de aterrizaje, mi cama junto a  Lucía, mi Lucía, L-U-C-Í-A.  

Su pasado, su futuro, sus inquietudes, sueños y esperanzas, gustos, defectos, secretos, imaginaciones, alucinaciones, su visión del mundo.. de su mundo, un mundo único y maravilloso, todo lo que me contaba me interesaba más y más, no podía apartar la mirada de sus ojos que, cómplices, me miraban a su vez con un centelleo inigualable. Yo notaba que le gustaba, que le atraía, que esperaba una palabra mía para despedirse de su hermana (que no se levantó en todas esas horas del sofá) y salir corriendo para seguirme, para perseguirme allá donde yo quisiera escapar, a donde yo la guiara, a donde yo la secuestrara y escondiera para mí hasta el fin de las mareas.

Después de la fiesta, una tormenta caía por las calles, inundaba las aceras, arrastraba los coches, agujereaba con un desproporcionado cuentagotas las paredes de las casas, levantaba los árboles desde la raíz con su viento huracanado, ocultaba el Sol que se intentaba abrir paso entre los densos nubarrones, que se hacían fuertes en el cielo mientras dejaban caer su lamento…Su lamento que era el mío y sus rayos  que eran mis maldiciones. Más allá de mí, una apacible tarde alegraba los jardines y poblaba los parques de abuelos con sus nietos, de dueños con sus perros, de risas con sus juegos, de parejas con sus besos.

Lucía sí, se levantó cuando le dije que lo hiciera, pero no se levantó sólo ella, Lorena la seguía  tan de cerca que lo que interpreté como una broma pesada, no fue más que eso, una broma pesada.

Unos días para asimilarlo y un beso en la mejilla. Pero es difícil, muy difícil, cómo podré salir con Lucía si he de salir a la vez también con Lorena?.  ¡¡Lorena, por tu culpa, por tu maldita culpa!!

Tres entradas para la sala 5 por favor…sí eran dos cafés y un refresco…quería una mesa para tres lo más intima posible…no, lo siento solo quedan dos entradas para el concierto…con el 2 x 1 no es suficiente joven…

Lo asimilé, lo intenté y por un tiempo funcionaba, Lucía y yo teníamos los mismos gustos, las mismas aficiones, nunca dejábamos de hablar y de reír, juntos pasábamos las tardes paseando, susurrándonos al oído, acariciándonos…solamente nosotros dos en el mundo, con el único fin de repoblarlo y construirlo de nuevo a nuestro gusto… pero aunque estábamos los dos solos en el mundo, el Sol nos dibujaba tres sombras.

Lorena apenas levantaba la mirada del suelo, no hablaba, no tenía gestos bruscos ni sobresaltos, nada le hacía estallar en una carcajada o en un mar de lágrimas, ni tan siquiera un ahogado estornudo o un silencioso bostezo. Pero Lorena estaba allí, siempre estaba allí.

Lorena estuvo también la primera noche que Lucía y yo nos amamos(sí una habitación doble por favor, sí ya lo sé que somos tres), ella en un rincón de la cama, mientras Lucía(ajena totalmente a Lorena) me declaraba su amor, yo no podía más que corresponderla y sentir que la amaba más de lo que nunca había podido amar. Lorena seguía allí impasible y sumida en sí misma. Lucía se acercó a mí y me dijo que me regalaba su corazón, que era mío…

 Me regalaba su corazón? Esas cuatro palabras se colaron en mi mente, se instalaron y se pasearon por ella sin dejarme pensar en otra cosa.

Su corazón? Pero su corazón no es suyo, no es sólo suyo…Lorena¡¡?? Qué sentía Lorena más allá de su rostro hermético, de sus ojos de maniquí.

Cómo saber si ese único corazón que latía en dos pechos a la vez, que regaba con una misma sangre dos cuerpos, que me había sido entregado por Lucía, no hacía sentir a las dos los mismos sentimientos, cómo saber si únicamente Lucía me amaba o Lorena a su vez lo hacía también en secreto…

Desde aquel momento busqué la mirada de Lorena, siempre dirigida al suelo, intenté encontrar alguna pista, algún gesto que la descubriera, algún signo de enojo o tristeza cuando amaba a su hermana a pocos centímetros de su cuerpo, pero nada, durante el año que hacía que la conocía, no había cambiado su expresión de hielo, ni en los días de más tórrido Sol y pasión entre Lucía y yo. Por más que lo intenté no advertí ni un solo sentimiento por parte de Lorena…y por qué me preocupaba a mí eso, yo odiaba a Lorena, por su culpa, por su maldita culpa no podía tener una relación comme il faut.

Mi historia con Lucía seguía su curso, aquel triángulo amoroso permanecía a flote a lo largo de los meses, mi familia y mis amigos la(s) adoraba(n), sí serán tres cubiertos más esta noche…corta en tres trozos el pastel…nos sobran tres plazas en el coche, os llevamos?…jugamos al tres en raya?…Cada día que pasaba estaba más seguro de lo que sentía por mi amada Lucía y de lo que Lucía sentía por mí, volvíamos a ser dos en un nuevo mundo por descubrir.. de modo que el día que hizo dos años que nos conocíamos…

…me arrodillé ante ella (nadie más existía para mí en ese momento), y le dije:

Lucía, mi único y verdadero amor, te casarás conmigo?

Lucía paralizada no pudo hacer más que girar su rostro hacia el de su siamesa. Lorena ya la estaba mirando antes de que sus ojos se cruzaran, y en ese momento le dijo: Sí, sí quieres casarte.

Llevo 1 año de matrimonio con una persona que no siente nada, es incapaz de saber lo que es el estremecimiento de sentirse enamorado o la emoción de ver a un niño dar el primer paso. Incapaz de sentir nostalgia ante un recuerdo o tristeza ante la mayor de las desgracias.

Cada noche, cuando Lucía y Lorena iban a su casa y estaban estiradas sobre la cama, Lorena le explicaba detalladamente y de una forma tan explícita que casi parecía real, todo lo que el corazón de ambas había sentido mientras estaba conmigo. Lucía compartía corazón, pero nunca pudo disfrutar de él. Vacía por dentro esperaba que como si de un cuento de hadas se tratara, su hermana la durmiera explicándole todo aquello que una de ellas estaba viviendo, pero que sólo la otra podía sentir.  

De modo que yo, cuando pienso en Lucía irremediablemente he de hacerlo también en Lorena, y cuando le digo a Lucía “Te quiero”, he de esperar que Lorena, le susurre al oído la respuesta.

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ilustracion de Garbi KW www.garbikw.com



miércoles, 21 de septiembre de 2011

El noi del sucre de Leopoldo María Panero


Tengo un idiota dentro de mí, que llora,
que llora y que no sabe, y mira
sólo la luz, la luz que no sabe.
Tengo al niño, al niño bobo, como parado
en Dios, en un dios que no sabe
sino amar y llorar, llorar por las noches
por los niños, por los niños de falo
dulce, y suave de tocar, como la noche.
Tengo a un idiota de pie sobre una plaza
mirando y dejándose mirar, dejándose
violar por el alud de las miradas de otros, y
llorando, llorando frágilmente por la luz.
Tengo a un niño solo entre muchos, as
a beaten dog beneath the hail
, bajo la lluvia, bajo
el terror de la lluvia que llora, y llora,
hoy por todos, mientras
el sol se oculta para dejar matar, y viene
a la noche de todos el niño asesino
a llorar de no se sabe por qué, de no saber hacerlo
de no saber sino tan sólo ahora
por qué y cómo matar, bajo la lluvia entera,
con el rostro perdido y el cabello demente
hambrientos, llenos de sed, de ganas
de aire, de soplar globos como antes era, fue
la vida un día antes
de que allí en la alcoba de
los padres perdiéramos la luz.
ifotografía de Garbi KW www.garbikw.com

martes, 20 de septiembre de 2011

El manuscrito de un loco de Charles Dickens



¡Sí...! ¡Un loco! ¡Cómo sobrecogía mi corazón esa palabra hace años! ¡Cómo habría despertado el terror que solía sobrevenirme a veces, enviando la sangre silbante y hormigueante por mis venas, hasta que el rocío frío del miedo aparecía en gruesas gotas sobre mi piel y las rodillas se entrechocaban por el espanto! Y, sin embargo, ahora me agrada. Es un hermoso nombre. Mostradme al monarca cuyo ceño colérico haya sido temido alguna vez más que el brillo de la mirada de un loco... cuyas cuerdas y hachas fueran la mitad de seguras que el apretón de un loco. ¡Ja, ja! ¡Es algo grande estar loco! Ser contemplado como un león salvaje a través de los barrotes de hierro... rechinar los dientes y aullar, durante la noche larga y tranquila, con el sonido alegre de una cadena, pesada... y rodar y retorcerse entre la paja extasiado por tan valerosa música. ¡Un hurra por el manicomio! ¡Ay, es un lugar excelente!

Me acuerdo del tiempo en el que tenía miedo de estar loco; cuando solía despertarme sobresaltado, caía de rodillas y rezaba para que se me perdonara la maldición de mi raza; cuando huía precipitadamente ante la vista de la alegría o la felicidad, para ocultarme en algún lugar solitario y pasar fatigosas horas observando el progreso de la fiebre que consumiría mi cerebro. Sabía que la locura estaba mezclada con mi misma sangre y con la médula de mis huesos. Que había pasado una generación sin que apareciera la pestilencia y que era yo el primero en quien reviviría. Sabía que tenía que ser así: que así había sido siempre, y así sería; y cuando me acobardaba en cualquier rincón oscuro de una habitación atestada, y veía a los hombres susurrar, señalarme y volver los ojos hacia mí, sabía que estaban hablando entre ellos del loco predestinado; y yo huía para embrutecerme en la soledad.

Así lo hice durante años; fueron unos años largos, muy largos. Aquí las noches son largas a veces... larguísimas; pero no son nada comparadas con las noches inquietas y los sueños aterradores que sufría en aquel tiempo. Sólo recordarlo me da frío. En las esquinas de la habitación permanecían acuclilladas formas grandes y oscuras de rostros insidiosos y burlones, que luego se inclinaban sobre mi cama por la noche, tentándome a la locura. Con bajos murmullos me contaban que el suelo de la vieja casa en la que murió el padre de mi padre estaba manchado por su propia sangre, que él mismo se había provocado en su furiosa locura. Me tapaba los oídos con los dedos, pero gritaban dentro de mi cabeza hasta que la habitación resonaba con los gritos que decían que una generación antes de él la locura se había dormido, pero que su abuelo había vivido durante años con las manos unidas al suelo por grilletes para impedir que se despedazara a sí mismo con ellas. Sabía que contaban la verdad... bien que lo sabía. Lo había descubierto años antes, aunque habían intentado ocultármelo. ¡Ja, ja! Era demasiado astuto para ellos, aunque me consideraran como un loco.

Finalmente llegó la locura y me maravillé de que alguna vez hubiera podido tenerle miedo. Ahora podía entrar en el mundo y reír y gritar con los mejores de entre ellos. Yo sabía que estaba loco, pero ellos ni siquiera lo sospechaban. ¡Solía palmearme a mí mismo de placer al pensar en lo bien que les estaba engañando después de todo lo que me habían señalado y de cómo me habían mirado de soslayo, cuando yo no estaba loco y sólo tenía miedo de que pudiera enloquecer algún día! Y cómo solía reírme de puro placer, cuando estaba a solas, pensando lo bien que guardaba mi secreto y lo rápidamente que mis amables amigos se habrían apartado de mí de haber conocido la verdad. Habría gritado de éxtasis cuando cenaba a solas con algún estruendoso buen amigo pensando en lo pálido que se pondría, y lo rápido que escaparía, al saber que el querido amigo que se sentaba cerca de él, afilando un cuchillo brillante y reluciente, era un loco con toda la capacidad, y la mitad de la voluntad, de hundirlo en su corazón. ¡Ay, era una vida alegre!

Las riquezas fueron mías, la abundancia se derramó sobre mí y alborotaba entre placeres que multiplicaban por mil la conciencia de mi secreto bien guardado. Heredé un patrimonio. La ley, la propia ley de ojos de águila, había sido engañada, y había entregado en las manos de un loco miles de discutidas libras. ¿Dónde estaba el ingenio de los hombres listos de mente sana? ¿Dónde la habilidad de los abogados, ansiosos por descubrir un fallo? La astucia del loco les había superado a todos.

Tenía dinero. ¡Cómo me cortejaban! Lo gastaba profusamente. ¡Cómo me alababan! ¡Cómo se humillaban ante mí aquellos tres hermanos orgullosos y despóticos! ¡Y el anciano padre de cabellos blancos, qué deferencia, qué respeto, qué dedicada amistad, cómo me veneraba! El anciano tenía una hija y los hombres una hermana; y los cinco eran pobres. Yo era rico, y cuando me casé con la joven vi una sonrisa de triunfo en los rostros de sus necesitados parientes, pues pensaban que su plan había funcionado bien y habían ganado el premio. A mí me tocaba sonreír. ¡Sonreír! Reírme a carcajada limpia, arrancarme los cabellos y dar vueltas por el suelo con gritos de gozo. Bien poco se daban cuenta de que la habían casado con un loco.

Pero un momento. De haberlo sabido, ¿la habrían salvado? La felicidad de la hermana contra el oro de su marido. ¡La más ligera pluma lanzada al aire contra la alegre cadena que adornaba mi cuerpo! Pero en una cosa, pese a toda mi astucia, fui engañado. Si no hubiera estado loco, pues aunque los locos tenemos bastante buen ingenio a veces nos confundimos, habría sabido que la joven antes habría preferido que la colocaran rígida y fría en una pesado ataúd de plomo que llegar vestida de novia a mi rica y deslumbrante casa. Habría sabido que su corazón pertenecía a un muchacho de ojos oscuros cuyo nombre le oí pronunciar una vez entre suspiros en uno de sus sueños turbulentos, y que me había sido sacrificada para aliviar la pobreza del hombre anciano de cabellos blancos y de sus soberbios hermanos.

Ahora no recuerdo ni las formas ni los rostros, pero sé que ella era hermosa. Sé que lo era, pues en las noches iluminadas por la luna, cuando me despierto sobresaltado de mi sueno y todo está tranquilo a mi alrededor, veo, de pie e inmóvil en una esquina de esta celda, una figura ligera y desgastada de largos cabellos negros que le caen por el rostro, agitados por un viento que no es de esta tierra, y unos ojos que fijan su mirada en los míos y jamás parpadean o se cierran. ¡Silencio! La sangre se me congela en el corazón cuando escribo esto... ese cuerpo es el de ella; el rostro está muy pálido y los ojos tienen un brillo vidrioso, pero los conozco bien. La figura nunca se mueve; jamás gesticula o habla como las otras que llenan a veces este lugar, pero para mí es mucho más terrible, peor incluso que los espíritus que me tentaban hace muchos años... Ha salido fresca de la tumba, y por eso resulta realmente mortal.

Durante casi un año vi cómo ese rostro se iba volviendo cada vez más pálido; durante casi un año vi las lágrimas que caían rodando por sus dolientes mejillas, y nunca conocí la causa. Sin embargo, finalmente lo descubrí. No podía evitar durante mucho tiempo que me enterara. Ella nunca me había querido; por mi parte, yo nunca pensé que lo hiciera; ella despreciaba mi riqueza y odiaba el esplendor en el que vivía; pero yo no había esperado eso. Ella amaba a otro y a mí jamás se me había ocurrido pensar en tal cosa. Me sobrecogieron unos sentimientos extraños y giraron y giraron en mi cerebro pensamientos que parecían impuestos por algún poder extraño y secreto. No la odiaba, aunque odiaba al muchacho por el que lloraba. Sentía piedad, sí, piedad, por la vida desgraciada a la que la habían condenado sus parientes fríos y egoístas. Sabía que ella no podía vivir mucho tiempo, pero el pensamiento de que antes de su muerte pudiera engendrar algún hijo de destino funesto, que transmitiría la locura a sus descendientes, me decidió. Resolví matarla.

Durante varias semanas pensé en el veneno, y luego en ahogarla, y en el fuego. Era una visión hermosa la de la gran mansión en llamas, y la esposa del loco convirtiéndose en cenizas. Pensé también en la burla de una gran recompensa, y algún hombre cuerdo colgando y mecido por el viento por un acto que no había cometido... ¡y todo por la astucia de un loco! Pensé a menudo en ello, pero finalmente lo abandoné. ¡Ay! ¡El placer de afilar la navaja un día tras otro, sintiendo su borde afilado y pensando en la abertura que podía causar un golpe de su borde delgado y brillante!

Finalmente, los viejos espíritus que antes habían estado conmigo tan a menudo me susurraron al oído que había llegado el momento y pusieron la navaja abierta en mi mano. La sujeté con firmeza, la elevé suavemente desde el lecho y me incliné sobre mi esposa, que yacía dormida. Tenía el rostro enterrado en las manos. Las aparté suavemente y cayeron descuidadamente sobre su pecho. Había estado llorando, pues los rastros de las lágrimas seguían húmedos sobre las mejillas. Su rostro estaba tranquilo y plácido, y mientras lo miraba, una sonrisa tranquila iluminó sus rasgos pálidos. Le puse la mano suavemente en el hombro. Se sobresaltó... había sido tan sólo un sueño pasajero. Me incliné de nuevo hacia delante y ella gritó y despertó.

Un solo movimiento de mi mano y nunca habría vuelto a emitir un grito o sonido. Pero me asusté y retrocedí. Sus ojos estaban fijos en los míos. No sé por qué, pero me acobardaban y asustaban; y gemí ante ellos. Se levantó, sin dejar de mirarme con fijeza. Yo temblaba; tenía la navaja en la mano, pero no podía moverme. Ella se dirigió hacia la puerta. Cuando estaba cerca, se dio la vuelta y apartó los ojos de mi rostro. El encantamiento se deshizo. Di un salto hacia delante y la sujeté por el brazo. Lanzando un grito tras otro, se dejó caer al suelo.

Podría haberla matado sin lucha, pero se había provocado la alarma en la casa. Oí pasos en los escalones. Dejé la cuchilla en el cajón habitual, abrí la puerta y grité en voz alta pidiendo ayuda.
Vinieron, la cogieron y la colocaron en la cama. Permaneció con el conocimiento perdido durante varias horas; y cuando recuperó la vida, la mirada y el habla, había perdido el sentido y desvariaba furiosamente.

Llamamos a varios médicos, hombres importantes que llegaron hasta mi casa en finos carruajes, con hermosos caballos y criados llamativos. Estuvieron junto a su lecho durante semanas. Celebraron una importante reunión y consultaron unos con otros, en voz baja y solemne, en otra habitación. Uno de ellos, el más inteligente y famoso, me llevó con él a un lado y me rogó que me preparara para lo peor. Me dijo que mi esposa estaba loca... ¡a mí, al loco! Permaneció cerca de mí junto a una ventana abierta, mirándome directamente al rostro y dejando una mano sobre mi hombro. Con un pequeño esfuerzo habría podido lanzarlo abajo, a la calle. Habría sido divertido hacerlo, pero mi secreto estaba en juego y dejé que se marchara. Unos días más tarde me dijeron que debía someterla a algunas limitaciones: debía proporcionarle alguien que la cuidara. ¡Me lo pedían a mí!¡Salí al campo abierto, donde nadie pudiera escucharme, y reí hasta que el aire resonó con mis gritos!

Murió al día siguiente. El anciano de cabello blanco la siguió hasta la tumba y los orgullosos hermanos dejaron caer una lágrima sobre el cadáver insensible de aquella cuyos sufrimientos habían considerado con músculos de hierro mientras vivió. Todo aquello alimentaba mi alegría secreta, y reía oculto por el pañuelo blanco que tenía sobre el rostro mientras regresamos cabalgando a casa, hasta que las lágrimas brotaron de mis ojos.

Pero aunque había cumplido mi objetivo, y la había asesinado, me sentí inquieto y perturbado, y pensé que no tardarían mucho en conocer mi secreto. No podía ocultar la alegría y el regocijo salvaje: que hervían en mi interior y que cuando estaba a solas, en casa, me hacía dar saltos y batir palmas, dan do vueltas y más vueltas en un baile frenético, y gritar en voz muy alta. Cuando salía y veía a las masas atareadas que se apresuraban por la calle, o acudía a teatro y escuchaba el sonido de la música y contemplaba la danza de los demás, sentía tal gozo que m, habría precipitado entre ellos y les habría despedazado miembro a miembro, aullando en el éxtasi que me produciría. Pero apretaba los dientes, afirmaba los pies en el suelo y me clavaba las afilada uñas en las manos. Mantenía el secreto y nadie sabía aún que yo era un loco.

Recuerdo, aunque es una de las últimas cosa que puedo recordar, pues ahora la realidad se mezcla con mis sueños, y teniendo tanto que hacer, habiéndome traído siempre aquí tan presurosa mente, no me queda tiempo para separar entre lo dos, por la extraña confusión en la que se halla] mezclados... Recuerdo de qué manera finalmente se supo. ¡Ja, ja! Me parece ver ahora sus mirada asustadas, y sentir cómo se apartaban de mí, mientras yo hundía mi puño cerrado en sus rostros blancos y luego escapaba como el viento, y les dejaba gritando atrás. Cuando pienso en ello me vuelve la fuerza de un gigante. Mirad cómo se curva esta barra de hierro con mis furiosos tirones. Podría romperla como si fuera una ramita, pero sé que detrás hay largas galerías con muchas puertas; no creo que pudiera encontrar el camino entre ellas; y aunque pudiera, sé que allá abajo hay puertas de hierro que están bien cerradas con barras. 

Saben que he sido un loco astuto, y están orgullosos de tenerme aquí para poder mostrarme.
Veamos, sí, había sido descubierto. Era ya muy tarde y de noche cuando llegué a casa y encontré allí al más orgulloso de los tres orgullosos hermanos, esperando para verme... dijo que por un asunto urgente. Lo recuerdo bien. Odiaba a ese hombre con todo el odio de un loco. Muchas veces mis dedos desearon despedazarle. Me dijeron que estaba allí y subí presurosamente las escaleras. Tenía que decirme unas palabras. Despedí a los criados. Era tarde y estábamos juntos y a solas... por primera vez.
Al principio aparté cuidadosamente mis ojos de él, pues era consciente de lo que él no podía ni siquiera pensar, y me glorificaba en ese conocimiento: que la luz de la locura brillaba en mis ojos como el fuego. Permanecimos unos minutos sentados en silencio. Finalmente, habló. Mi reciente disipación, y algunos comentarios extraños hechos poco después de la muerte de su hermana, eran un insulto para la memoria de ésta. Uniendo a ello otras muchas circunstancias que al principio habían escapado a su observación, había terminado por pensar que yo no la había tratado bien. Deseaba saber si tenía razón al decir que yo pensaba hacer algún reproche a la memoria de su hermana, faltando con ello al respeto a la familia. Exigía esa explicación por el uniforme que llevaba puesto.

Aquel hombre tenía un nombramiento en ejército... ¡un nombramiento comprado con mi dinero y con la desgracia de su hermana! Él fue el que: más había tramado para insidiar y quedarse con n riqueza. Él había sido el principal instrumento para obligar a su hermana a casarse conmigo, y bien sabia que el corazón de aquélla pertenecía al piadoso muchacho. ¡Por causa de su uniforme! ¡El uniforme e su degradación! Volví mis ojos hacia él... no pude evitarlo; pero no dije una sola palabra.
Vi que bajo mi mirada se produjo en él un cambio repentino. Era un hombre valiente, pero el color desapareció de su rostro y retrocedió en su silla. ~ acerqué la mía a la suya; y mientras reía, pues entonces estaba muy alegre, vi cómo se estremecía. Sen que la locura brotaba de mi interior. Sentí miedo de mí mismo.

-Quería usted mucho a su hermana cuando el vivía-le dije-. Mucho.
Miró con inquietud a su alrededor, y le vi sujeta con la mano el respaldo de la silla; pero no dije nada.

-Es usted un villano -le dije-. Le he descubierto. Descubrí sus infernales trampas contra mí; que el corazón de ella estaba puesto en otro cuando usted la obligó a casarse conmigo. Lo sé... lo sé.
De pronto, se levantó de un salto de la silla y blandió en alto, obligándome a retroceder, pus mientras iba hablando procuraba acercarme más a él.

Más que hablar grité, pues sentí que pasiones tumultuosas corrían por mis venas, y los viejos espíritus me susurraban y tentaban para que le sacara el corazón.
-Condenado sea-dije poniéndome en pie y lanzándome sobre él-. Yo la maté. Estoy loco. Acabaré con usted. ¡Sangre, sangre! ¡Tengo que tenerla!

Me hice a un lado para evitar un golpe que, en su terror, me lanzó con la silla, y me enzarcé con él. Produciendo un fuerte estrépito, caímos juntos al suelo y rodamos sobre él.
Fue una buena pelea, pues era un hombre alto y fuerte que luchaba por su vida, y yo un loco poderoso sediento de su destrucción. No había ninguna fuerza igual a la mía, y yo tenía la razón. ¡Sí, la razón, aunque fuera un loco! Cada vez fue debatiéndose menos. Me arrodillé sobre su pecho y le sujeté firmemente la garganta oscura con ambas manos. El rostro se le fue poniendo morado; los ojos se le salían de la cabeza y con la lengua fuera parecía burlarse de mí. Apreté todavía más.

De pronto se abrió la puerta con un fuerte estrépito y entró un grupo de gente, gritándose unos a otros que cogieran al loco.
Mi secreto había sido descubierto y ahora sólo luchaba por mi libertad. Me puse en pie antes de que me tocara una mano, me lancé entre los asaltantes y me abrí camino con mi fuerte brazo, como si llevara un hacha en la mano y les atacara con ella. Llegué a la puerta, me lancé por el pasamanos y en un instante estaba en la calle.

Corrí veloz y en línea recta, sin que nadie se atreviera a detenerme. Por detrás oía el ruido de uno; pies, y redoblé la velocidad. Se fue haciendo más débil en la distancia, hasta que por fin desapareció totalmente; pero yo seguía dando saltos entre los pantanos y riachuelos, por encima de cercas y d, muros, con gritos salvajes que escuchaban seres extraños que venían hacia mí por todas partes y aumentaban el sonido hasta que éste horadaba el aire Iba llevado en los brazos de demonios que corrían sobre el viento, que traspasaban las orillas y los se tos, y giraban y giraban a mi alrededor con un ruido y una velocidad que me hacía perder la cabeza, hasta que finalmente me apartaron de ellos con un golpe violento y caí pesadamente sobre el suelo. Al despertar, me encontré aquí, en esta celda gris a la qu raras veces llega la luz del sol, y por la que pasa la luna con unos rayos que sólo sirven para mostrar mi alrededor sombras oscuras, y para que pueda ve esa figura silenciosa en su esquina. Cuando esto despierto, a veces puedo oír extraños gritos procedentes de partes distantes de este enorme lugar. N sé lo que son; pero no proceden de ese cuerpo pálido, y tampoco ella les presta atención. Pues desde las primeras sombras del ocaso hasta la primera luz de la mañana, esa figura sigue en pie e inmóvil en c mismo lugar, escuchando la música de mi cadena d hierro, y viéndome saltar sobre mi lecho de paja.

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lunes, 19 de septiembre de 2011

Princesa de espasmos frenéticos de Garbi KW


Bella princesa de espasmos frenéticos,
Un secreto: nacemos para molestar,
Diva de la angustia y la desesperación
Con tu bata blanca manchada de sangre
Y con tu ROJA sangre manchada de BLANCO
Pronostícame tu desamor y discutiremos hasta el
amanecer,
Un secreto: no dejes que te llame princesa,
Golpea el humo con tu rubia melena
Todo fruto de frenéticos espasmos
En ritmos desarticulados,
Vestida de dermis ceñida al hueso y látex,
Un secreto: el amor no existe no sigamos razonando
el sexo,
En busca de la receta del falso amor
Y de aquellos que son expertos en incumplimientos,
aquellos que se niegan a razonar lo evidente,
Que engañaron a los instintos con metáforas gastadas
Por el tiempo y por la verdad, con versos
Que hace siglos se comieron los gusanos
Para que algunos desarmados reciclaran sus despojos,
Un secreto: tu que eres tan bella
no indultes a los que siguen pintando bodegones,
porque nos hacen daño con sus mentiras
reneguemos de verdades consumadas
y sirvamos de experiencia
a lo que es ser nuestro NUEVO DIOS,
expongámonos a que todo sea cruda realidad
ya que solo así al menos aprovecharemos el tiempo
y no nos despertaremos un día entre nuestras arrugas,
las arrugas del INFIERNO,
maldiciéndonos por no haber vivido,
retractándonos de lo que hemos sido,
deseándonos esa MUERTE que llegara al día siguiente...
bella princesa de espasmos frenéticos, te dije:
no dejes que te llame princesa,
tan solo huimos de nuestra esencia animal y de la soledad,
te dije muchas cosas,
pero por favor sigue con tus ritmos desarticulados,
Así al menos, no discutiremos hasta el amanecer


domingo, 18 de septiembre de 2011

El hilo de la fábula de Jorge Luis Borges


El hilo que la mano de Ariadna dejó en la mano de Teseo (en la otra estaba la espada) para que éste se ahondara en el laberinto y descubriera el centro, el hombre con cabeza de toro o, como quiere Dante, el toro con cabeza de hombre, y le diera muerte y pudiera, ya ejecutada la proeza, destejer las redes de piedra y volver a ella, su amor.

Las cosas ocurrieron así. Teseo no podía saber que del otro lado del laberinto estaba el otro laberinto, el del tiempo, y que en algún lugar prefijado estaba Medea.

El hilo se ha perdido; el laberinto se ha perdido también. Ahora ni siquiera sabemos si nos rodea un laberinto, un secreto cosmos, o un caos azaroso. Nuestro hermoso deber es imaginar que hay un laberinto y un hilo. Nunca daremos con el hilo; acaso lo encontramos y lo perdemos en un acto de fe, en una cadencia, en un sueño, en las palabras que se llaman filosofía o en la mera y sencilla felicidad.

colage de Garbi KW www.garbikw.com con una escultura de Juan Luis Molero

sábado, 17 de septiembre de 2011

Sobre la enfermedad de mi amor de Leonard Cohen


¡Poemas! ¡Surgid!
¡romped mi cabeza!
¿Para qué sirve un cráneo?
¡Ayuda! ¡ayuda!
¡Os necesito!

Ella se está haciendo vieja.
Su cuerpo le dice todo.
Ha dejado a un lado los cosméticos.
Ella es una prisión de la verdad.

¡Haced que se levante!
¡danzad los siete velos!
¡Poemas¡ !silenciad su cuerpo!
¡Hacedla amiga de los espejos!

¿Acaso he de ponerme mi capa?
¿vagar como la luna
sobre cielos y cielos de carne
para partir de nuevo en la mañana?

¿Acaso no puedo fingir
que cada vez se vuelve más hermosa?
¿ser un convicto?
¿Acaso no puede mi poder engañarme?
¿Acaso no puedo vivir en mis poemas?

¡Deprisa! ¡poemas! ¡mentiras!
¡Maldita sea vuestra débil música!
¡Habéis dejado pasar a la artritis!
Tú no eres un poema
Eres un visado.



ilustracion de Garbi KW www.garbikw.com

viernes, 16 de septiembre de 2011

Aventura incomprensible de el Marqués de Sade


Hace menos de cien años, en varios lugares de Francia perduraba aún la absurdatradición de que, entregando el alma al demonio, con ciertas ceremonias tan crueles como fanáticas, se conseguía de ese espíritu infernal todo lo que se deseara, y no ha pasado un siglo desde que la aventura que vamos a narrar tuvo lugar en una de nuestras provincias meridionales. El lector puede creerla o no, hablamos solamente después de haberla verificado; por supuesto no le garantizamos el hecho, pero le certificamos que más de cien mil almas lo creyeron y que más de cincuenta mil pueden corroborar en nuestros días la autenticidad con que está consignada en registros solventes. Nos dará permiso para disfrazar la provincia y los nombres.

El Barón de Vaujour combinaba desde su juventud el desenfrenado libertinaje con el cultivo de las ciencias y muy especialmente el de aquellas que inducen al hombre al error y le hacen perder un tiempo precioso que podría emplear de alguna otra manera infinitamente mejor; era alquimistaastrólogobrujo,nigromanteastrónomo -bastante notable, por cierto- y físico mediocre; a la edad de veinticinco años, el barón, dueño ya de su patrimonio y de sus actos, descubrió en sus libros -según afirmaba- que inmolando un niño al demonio, empleando determinadas palabras y contorsiones durante la execrable ceremonia, se conseguía que el demonio se apareciera y se obtenía de él todo lo que se deseaba, siempre que se le prometiera el alma, y entonces se decidió a perpetrar esa monstruosidad con el único propósito de vivir felizmente su duodécimo lustro, de que nunca le faltara dinero y de conservar asimismo en el más alto grado de potencia sus facultades prolíficas hasta esa edad.

Cometida la infamia y firmado el pacto, ocurrió lo siguiente:

Hasta la edad de sesenta años, el Barón, que disponía tan sólo de quince mil libras de renta, había gastado regularmente doscientas mil y jamás debió un céntimo. En lo que respecta a sus proezas amorosas, hasta esa misma edad fue capaz de gozar a una mujer quince o veinte veces en una noche, y a los cuarenta y cinco ganó cien luises en una apuesta con unos amigos suyos que habían afirmado que no podría satisfacer a veinticinco mujeres, una después de otra; lo hizo y entregó los cien luises a las mujeres. En otra cena, tras la que se inició un juego de azar, el Barón advirtió al empezar que no podía participar, pues no tenía un céntimo. Le ofrecieron dinero, pero lo rechazó; mientras que jugaban, dio dos o tres vueltas por la sala, volvió, se hizo hacer un sitio y apostó diez mil luises a una carta, luises que fue sacando en diez o doce fajos de su bolsillo; el envite no fue aceptado, el Barón preguntó el motivo y uno de sus amigos le contestó bromeando que la carta no iba lo bastante bien servida y el Barón añadió otros diez mil. Todo esto está registrado en dos ayuntamientos respetables y lo hemos podido leer.

Cuando cumplió cincuenta años, el Barón decidió casarse; lo hizo con una joven de su provincia con la que siempre ha vivido en los mejores términos, sin que las infidelidades tan propias de su temperamento provocaran nunca el menor roce; tuvo siete hijos de esa esposa y desde hacía algún tiempo los encantos de su mujer habían ido volviéndole más sedentario; habitualmente vivía con su familia en el castillo donde en su juventud había hecho la espantosa promesa que hemos mencionado, invitando a hombres de letras, apreciando su trato y cultivando su amistad. Sin embargo, a medida que se aproximaba al término de los sesenta años, se acordaba de su desdichado pacto y como ignoraba si eldemonio iba a contentarse con retirarle sus favores o le quitaría entonces la vida, su humor cambiaba por completo, se ponía triste y meditabundo y ya casi no salía de su casa.

El día señalado, a la hora exacta en que el barón cumplía sesenta años, un criado le anuncia a un desconocido que había oído hablar de sus conocimientos y solicita el honor de entrevistarse con él; el Barón, que en ese momento no estaba pensando en aquello que no había dejado de preocuparle desde hacía varios años, contesta que le haga pasar a su gabinete. Sube allí y encuentra a un forastero que, por su manera de hablar, le parece que es de París, un hombre bien vestido, con una figura hermosísima y que en seguida se pone a discutir con él sobre las ciencias más elevadas; el Barón le va contestando a todo y la conversación se anima.

El señor de Vaujour propone a su huésped ir a dar un pequeño paseo, él acepta y nuestros dos filósofos salen del castillo; era época de faenas y todos los labradores estaban en el campo; algunos, al ver gesticular a solas al señor de Vaujour, piensan que se ha vuelto loco y corren a avisar a la señora pero nadie contesta en el castillo; aquella buena gente vuelve a su sitio y siguen observando a su señor, que, creyendo que está conversando con alguien animadamente, agitaba las manos como es habitual en esos casos; por fin, nuestros dos sabios llegan a una especie de paseo cerrado al otro extremo y del que no se podía salir más que dando media vuelta. Treinta campesinos pudieron verlo, treinta fueron interrogados y treinta contestaron que el señor de Vaujour había entrado solo, sin dejar de gesticular en aquella especie de alameda cubierta.

Al cabo de una hora, la persona con la que cree estar, le dice:

-Y bien, Barón, ¿no me reconoces?, ¿has olvidado acaso la promesa? ¿has olvidado cómo yo la he cumplido?

El Barón se estremece.

-No temas- le dice el espíritu-, no soy dueño de tu vida, pero sí lo soy de retirarte todos mis favores y arrebatarte todo lo que te es querido; vuelve a tu casa y verás en qué estado la encuentras, en ello reconocerás el justo castigo a tu imprudencia y a tus crímenes... A mí me gustan los crímenes, Barón, incluso los deseo, pero mi destino me obliga a castigarlos; vuelve a tu casa, repito, y conviértete, aún te queda un lustro de vida, morirás dentro de cinco años, pero sin que la esperanza de poder estar un día con Dios te haya sido negada... Adiós.

Y el Barón, que sólo entonces se da cuenta de que está solo y que no ha visto que nadie se despidiera de él, vuelve a toda prisa sobre sus pasos y pregunta a todos los campesinos que encuentra si no le han visto entrar en la alameda con un hombre; todos le contestan que había entrado solo, que asustados al verle gesticular de aquella manera incluso habían ido a avisar a la señora, pero que no había nadie en el castillo.

-¿Que no hay nadie? -exclama el Barón terriblemente turbado- ¡Pero si he dejado dentro a diez criados, a siete niños y a mi mujer!
-Pues no hay nadie, señor -le contestan.

Cada vez más asustado corre hacia su casa, llama, nadie le contesta, fuerza una puerta, entra, y la sangre que inunda los escalones le está ya anunciando la catástrofe que se ha abatido sobre él; abre una gran sala y descubre a su mujer, a sus siete hijos y a sus diez sirvientes desparramados por el suelo en diferentes posturas, en medio de un mar de sangre, todos ellos decapitados.

Se desmaya, varios campesinos, cuyas declaraciones constan, entran y tienen ocasión de contemplar el mismo espectáculo; ayudan a su señor, que poco a poco va volviendo en sí, les ruega que faciliten los últimos auxilios a la desdichada familia, y sin pérdida de tiempo se encamina hacia la Gran Cartuja, donde falleció al cabo de cinco años en el ejercicio de la más elevada piedad.

No emitimos ningún juicio sobre este incomprensible suceso. Existe, no se puede negar, pero es incomprensible.

Hay que andar con cuidado y no creer sin duda en quimeras, pero cuando una cosa es atestiguada por todo el mundo y pertenece como ésta a un género tan singular, hay que bajar la cabeza, cerrar los ojos y decir: así como no entiendo cómo los orbes flotan en el espacio, así también pueden existir cosas sobre la tierra que no acierte a comprender.

ilustracion de Garbi KW www.garbikw.com

jueves, 15 de septiembre de 2011

Lluvia de Federico García Lorca


La lluvia tiene un vago secreto de ternura,
algo de soñolencia resignada y amable,
una música humilde se despierta con ella
que hace vibrar el alma dormida del paisaje.

Es un besar azul que recibe la Tierra,
el mito primitivo que vuelve a realizarse.
El contacto ya frío de cielo y tierra viejos
con una mansedumbre de atardecer constante.

Es la aurora del fruto. La que nos trae las flores
y nos unge de espíritu santo de los mares.
La que derrama vida sobre las sementeras
y en el alma tristeza de lo que no se sabe.

La nostalgia terrible de una vida perdida,
el fatal sentimiento de haber nacido tarde,
o la ilusión inquieta de un mañana imposible
con la inquietud cercana del color de la carne.

El amor se despierta en el gris de su ritmo,
nuestro cielo interior tiene un triunfo de sangre,
pero nuestro optimismo se convierte en tristeza
al contemplar las gotas muertas en los cristales.

Y son las gotas: ojos de infinito que miran
al infinito blanco que les sirvió de madre.

Cada gota de lluvia tiembla en el cristal turbio
y le dejan divinas heridas de diamante.
Son poetas del agua que han visto y que meditan
lo que la muchedumbre de los ríos no sabe.

¡Oh lluvia silenciosa, sin tormentas ni vientos,
lluvia mansa y serena de esquila y luz suave,
lluvia buena y pacifica que eres la verdadera,
la que llorosa y triste sobre las cosas caes!

¡Oh lluvia franciscana que llevas a tus gotas
almas de fuentes claras y humildes manantiales!
Cuando sobre los campos desciendes lentamente
las rosas de mi pecho con tus sonidos abres.

El canto primitivo que dices al silencio
y la historia sonora que cuentas al ramaje
los comenta llorando mi corazón desierto
en un negro y profundo pentagrama sin clave.

Mi alma tiene tristeza de la lluvia serena,
tristeza resignada de cosa irrealizable,
tengo en el horizonte un lucero encendido
y el corazón me impide que corra a contemplarte.

¡Oh lluvia silenciosa que los árboles aman
y eres sobre el piano dulzura emocionante;
das al alma las mismas nieblas y resonancias
que pones en el alma dormida del paisaje! 

ifotografía de Garbi KW www.garbikw.com

miércoles, 14 de septiembre de 2011

En el ventisquero de Friedrich Nietzsche


A medio día, cuando ya comienza 
 A escalar las montañas el estío, 
 El muchacho de ardientes y cansados 
 Ojos se pone a hablar; pero tan sólo 
 Vemos su hablar. 
Exhálase su aliento 
 Cual de un enfermo el respirar se exhala 
 Una noche de fiebre. 
Y los abetos, 
 Y la fuente, y también el ventisquero 
 Su respuesta le dan; pero tan sólo 
 Esa respuesta vemos. 
Pues más raudo 
 Desde la abrupta peña se derrumba 
 La pujante cascada, dibujando 
 Un saludo profundo y se despliega 
 Como una blanca y trémula columna, 
 Rígida y tensa en un vibrante anhelo; 
 Y como nunca íntimamente obscuro 
 Y erguido, al rededor mira el abeto, 
 Y entre el hielo y la muerta peña parda 
 Estalla un resplandor súbitamente ... 
 Tal resplandor yo vi que el alma aclara. 

 Ah, los ojos también del hombre muerto 
 Una vez todavía se iluminan 
 Cuando su hijito cíñele en sus brazos, 
 Cuando le besa el labio de su niño. 
 Aun brota entonces una vez la llama, 
 Mas para ir a ocultarse en los adentros; 
 Y aun ardiendo los ojos del difunto 
 Hablan así: ¡Ay niño, pobre niño! 
 Tú bien lo sabes como yo te amo! 

 Todo habla con ardor ... 
El ventisquero, 
 El abeto, la fuente ... 
Todo exhala 
 Una misma palabra: 
Pobre niño,
 Te amamos, sí, te amamos, bien lo sabes! 
 Y él, el muchacho que contempla el mundo 
 Con ojos encendidos y cansados, 
 Le envía fervoroso y melancólico 
 Un beso de pasión, y no quisiera 
 Nunca jamás partir de su presencia 
 Y es su palabra en su ardoroso labio 
 Cual un velo invisible y balbucea: 
 Mi saludo ha de ser de despedida; 
 Mi venir es partir; yo muero joven. 

 Todo parece que en redor escuche, 
 Todo parece reprimir su aliento. 
 Ningún pájaro pía. Mas de pronto 
 Un resplandor encima de los montes 
 Rasga el cielo dejando escalofríos. 
 Todo parece meditar en torno, 
 Todo calla ... A medio día, cuando ya comienza 
 A escalar las montañas el estío, 
 Aquel muchacho contemplaba el mundo 
 Con sus ojos ardientes y cansados.

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