Como una giba que ha muerto envenenada el mar quiere decirnos ¿cenará conmigo esta noche? Sentado sobre ese mantel quiere rehusar, su cabeza no declina el vaivén de un oleaje que va plegando la orquesta que sabe colocarse detrás de un árbol o del hombre despedido por la misma pregunta entornada en la adolescencia. Un cordel apretado en seguimiento de una roca que fija; el cordel atensado como una espalda cuando alguien la pisa, une el barco cambiado de colores con la orilla nocherniega: un sapo pinchado en su centro, un escualo que se pega con una encina submarina.
La rata pasea por el cordel su oído con un recado. Un fuego suena en parábola y un ave cae; el adolescente une en punta el final del fuego con su chaqueta carmesí, en reflejos dos puntos finales tragicómicos. La presa cae en el mar o en la cubierta como un sombrero caído con una piedra encubierta, con una piedra. Su índice traza, un fuego pega en parábola. La misma sonrisa ha caído como una medusa en su chaqueta carmesí.
El alción, el paje y el barco mastican su concéntrico. El litoral y los dientes del marino ejecutan una oblea paradisíaca para la blancura que puede enemistarse con el papel traspasado por aquél a otro más cercano. El barco borra el patio y el traspatio, el fanal es su máscara. Se quita la máscara, y entonces el fanal.
Se apaga el fanal, pero la máscara explora con una profunda banalidad. Entra el aceite muerto, los verdinegros alimentos de altamar, a una bodega para alcanzar la mediada vivaz como un ojo paquidermo. Como una pena seminal los hombres hispanos y los toros penosos recuestan su peso en la bodega con los alimentos que alcanzan una medida. Al atravesar ese hombre hispano y ese toro penoso revientan su concéntrico. Un fuego pega en parábola y el halcón cae, pero en la bodega del barco ha hundido lo concéntrico oscuro, penoso, lo mesurable enmascarado que aleja con un hilo lo que recoge con un hilo.
Cuando por el mandato de un supremo poder, Aparece el poeta en este mundo hastiado, Aterrada y lanzando mil blasfemias, su madre Alza su puño a Dios, el cual de ella se apiada:
—"¡Ah! que no haya parido un nido de reptiles, Antes de alimentar esta cosa irrisoria! ¡Maldita sea la noche de placeres efímeros En que mi propio vientre concibió este castigo!
Puesto que me elegiste entre todas las hembras Para ser la desdichada de mi triste marido, Y no podría ahora arrojar a las llamas, Como carta de amor, a este pequeño monstruo,
Haré yo que caiga el odio que me abruma Sobre el útil maldito de tu perversidad, Y tan bien torceré este árbol miserable ¡Que no brotaran de él sus apestadas yemas!"
Aplaca de este modo la espuma de su rabia Y sin imaginar los eternos designios, Ella misma prepara al fondo de la Gehena Las llamas consagradas a los maternos crímenes.
Entretanto, cuidado por un Ángel oculto, El niño abandonado se emborracha de sol Y en todo lo que bebe y en todo lo que come Vuelve a encontrar el néctar bermejo y la ambrosía.
Y juega con el viento y con las nubes habla Y se embriaga cantando camino de la cruz; Y en su peregrinaje, el Espíritu amigo Llora al verle contento como un ave del bosque.
Los que él quisiera amar, se muestran recelosos O bien, exasperado con su tranquilidad, Buscan a alguien que quiera causarle algún dolor Y hacen en él ensayos de su temple feroz.
En el pan y el viento que ha de probar su boca Mezclan, con la ceniza, impuro salivazos; Farisaicamente, rechazan cuanto él toca Y le acusan de haberse interpuesto en su vía.
Su mujer va gritando a través de las plazas: "Pues tan bella me encuentra que me quiere adorar, Adoptaré el oficio de los antiguos ídolos Y de nuevo, como ellos, me haré cubrir de oro;
Y me emborracharé de nardo, incienso y mirra Y de viandas y vinos y de genuflexiones, Para ver si consigo de un corazón ferviente Usurpar, entre burlas, divinos homenajes.
Cuando, al cabo, me aburran esas farsas impías, Sobre él extenderé mi mano firme y frágil Y mis uñas, parejas a las de las arpías, Hasta su corazón sabrán encontrar brechas.
Como pájaro joven que tiembla y que palpita Arrancaré de su pecho su rojo corazón Y para que se nutra mi bestia favorita Al suelo, desdeñosa, yo se lo arrojaré."
Al Cielo, en que sus ojos ven un sitial espléndido, Sereno alza el Poeta sus brazos compasivos Y los vivos relámpagos de su lúcido espíritu Le ocultan el aspecto de los pueblos furiosos:
—"¡Bendito seáis, Señor, que dais el sufrimiento Como divino bálsamo de nuestras impurezas Y como la mejor y la más pura esencia Que dispone a los fuertes a las delicias sacras!
Yo sé que reserváis un sitio a los Poetas En las gozosas filas de las legiones santas Y que les invitáis a las eternas fiestas De tronos, de Virtudes y de Dominaciones.
Sé bien que le sufrimiento es la única nobleza Donde no morderán la tierra y los infiernos, Y que para trenzar mi mística corona Los tiempos y los mundos contribuirán de grado.
Mas las joyas perdidas de la antigua Palmira, Los metales ignotos, las perlas del mar No serán suficientes, aun por vos engarzadas, A esa bella diadema clara y deslumbradora;
Pues no estará engastada sino de pura luz, Surgida del hogar de los rayos primeros, De la que los mortales ojos en su esplendor No son sino dolientes espejos empañados.
El músico Claude Debussy compusó el Preludio
a la siesta de un fauno, inspirado en este poema el año 1894. En 1912, el
bailarín ruso Vaslav Nijinski lo coreografió e interpretó por primera vez
en versión para ballet.
de los violines del otoño Hieren mi corazón con monótona languidez Todo sofocante y pálido, cuando suena la hora, Yo me acuerdo de los días de antes Y lloro Y me voy con el viento malvado que me lleva de acá para allá, Igual que a la hoja muerta.
El árbol se levanta sobre la tapia hundida. El viejo campanario –la paloma que había huyó bajo la guerra- está desierto: Todo es la sombra.
El monte desolado invade el patio, el pozo seco, el niño destrozado por la yedra. Alguien recuerda –Antes estuve aquí, hoy ya no vuelvo- por los muros de adoba calcinados:
¿Quién ha puesto el olivo enfrente del olivo?
¿Quién ha dejado sangre enfrente de la sangre?
¿Quién ha traído muerte en contra de la muerte?
¿Quién, en fin, ha destruido al hombre contra el hombre?
La muerte es esa pequeña jarra, con flores pintadas a mano, que hay en todas las casas y que uno jamás se detiene a ver. La muerte es ese pequeño animal que ha cruzado en el patio, y del que nos consuela la ilusión, sentida como un soplo, de que es sólo el gato de la casa, el gato de costumbre, el gato que ha cruzado y al que ya no volveremos a ver. La muerte es ese amigo que aparece en las fotografías de la familia, discretamente a un lado, y al que nadie acertó nunca a reconocer. La muerte, en fin, es esa mancha en el muro que una tarde hemos mirado, sin saberlo, con un poco de terror.
Vientos del pueblo me llevan, vientos del pueblo me arrastran, me esparcen el corazón y me aventan la garganta.
Los bueyes doblan la frente, impotentemente mansa, delante de los castigos: los leones la levantan y al mismo tiempo castigan con su clamorosa zarpa.
No soy de un pueblo de bueyes, que soy de un pueblo que embargan yacimientos de leones, desfiladeros de águilas y cordilleras de toros con el orgullo en el asta. Nunca medraron los bueyes en los páramos de España. ¿Quién habló de echar un yugo sobre el cuello de esta raza? ¿Quién ha puesto al huracán jamás ni yugos ni trabas, ni quién al rayo detuvo prisionero en una jaula?
Asturianos de braveza, vascos de piedra blindada, valencianos de alegría y castellanos de alma, labrados como la tierra y airosos como las alas; andaluces de relámpagos, nacidos entre guitarras y forjados en los yunques torrenciales de las lágrimas; extremeños de centeno, gallegos de lluvia y calma, catalanes de firmeza, aragoneses de casta, murcianos de dinamita frutalmente propagada, leoneses, navarros, dueños del hambre, el sudor y el hacha, reyes de la minería, señores de la labranza, hombres que entre las raíces, como raíces gallardas, vais de la vida a la muerte, vais de la nada a la nada: yugos os quieren poner gentes de la hierba mala, yugos que habéis de dejar rotos sobre sus espaldas. Crepúsculo de los bueyes está despuntando el alba.
Los bueyes mueren vestidos de humildad y olor de cuadra: las águilas, los leones y los toros de arrogancia, y detrás de ellos, el cielo ni se enturbia ni se acaba. La agonía de los bueyes tiene pequeña la cara, la del animal varón toda la creación agranda.
Si me muero, que me muera con la cabeza muy alta. Muerto y veinte veces muerto, la boca contra la grama, tendré apretados los dientes y decidida la barba.
Cantando espero a la muerte, que hay ruiseñores que cantan encima de los fusiles y en medio de las batallas
Esta tierra sobre los ojos, este paño pegajoso, negro de estrellas impasibles, esta noche contínua, esta distancia. Te quiero, país, tirado abajo del mar, pez panza arriba, pobre sombra de país, lleno de vientos, de monumentos, de esperpentos, de orgullo sin objeto, sujeto de asaltos, estúpido curdela inofensivo puteando y sacudiendo banderitas, repartiendo escarapelas en la lluvia, salpicando de babas y estupor canchas de fútbol y ring sides. Pobres negros. Te estás quemando a fuego lento y donde el fuego, donde el que come los asados y tira los huesos, malandras, cajetillas, señores y cafishios, diputados, tilingas de apellido compuesto, gordas tejiendo a dos agujas, maestras normales, curas, escribanos, centrofowards livianos, Fangio solo, tenientes primeros, coroneles, generales, marinos, sanidad, carnavales, obispos, bagualas, chamamés, malambos, mambos, tangos, secretarías, subsecretarías, jefes, contrajefes, truco, contraflor al resto.
Y qué carajo si la casita era un sueño, si lo mataron en pelea, si usted lo ve, lo prueba y se lo lleva, liquidación forzosa, se remata hasta lo último. Te quiero, país tirado a la vereda, caja de fósforos vacía.
Te quiero, tacho de basura que se llevan sobre una cureña envuelto en una bandera que nos legó Belgrano, mientras las viejas lloran en el velorio, y anda el mate con su verde consuelo, lotería de pobre.
En cada piso hay alguien que nació haciendo discurso para algún otro que nació para escucharlos y pelarse las manos. Pobres negros que untan las ganas de ser blancos, pobres blancos que viven en un carnaval de negros. Qué quiniela, hermanito, en Boedo, en Palermo y Barracas, en los puentes, afuera, en los ranchos que paran la mugre de la pampa, en las casas blanqueadas del silencio del Norte, en las chapas de zinc donde el frío se frota, en la Plaza de Mayo, donde ronda la muerte trajeada de mentira.
Te quiero, país desnudo que sueña con un smoking, vicecampeón del mundo en cualquier cosa, en lo que salga: tercera posición, energía nuclear, justicialismo, vacas, tango, coraje, puño, viveza y elegancia. Tan triste en lo más hondo del grito, tan golpeado en lo mejor de la garufa, tan garifo a la hora de la autopsia.
Pero te quiero, país de barro, y otros te quieren, y algo saldrá de este sentir. Hoy es distancia, fuga, no te metás, que vachaché, dale que va, paciencia. La tierra, entre los dedos, la basura en los ojos, es estar triste, ser argentino es estar lejos, y no decir mañana porque ya basta con ser flojo ahora.
Tapándome la cara, me acuerdo de una estrella en pleno campo, me acuerdo de un amanecer de Puna, de Tilcara de tarde, de Paraná fragante, de Tupungato arisca, de un vuelo de flamencos quemando un horizonte de bañados.
Te quiero país, pañuelo sucio, con sus calles cubiertas de carteles peronistas, te quiero sin esperanzas y sin perdón, sin vuelta y sin derecho, nada más que de lejos y amargado. Y de noche.»
No te quedes inmóvil al borde del camino no congeles el júbilo no quieras con desgana no te salves ahora ni nunca no te salves no te llenes de calma no reserves del mundo sólo un rincón tranquilo no dejes caer los párpados pesados como juicios no te quedes sin labios no te duermas sin sueño no te pienses sin sangre no te juzgues sin tiempo pero si pese a todo no puedes evitarlo y congelas el júbilo y quieres con desgana y te salvas ahora y te llenas de calma y reservas del mundo sólo un rincón tranquilo y dejas caer los párpados pesados como juicios y te secas sin labios y te duermes sin sueño y te piensas sin sangre y te juzgas sin tiempo y te quedas inmóvil al borde del camino y te salvas entonces no te quedes conmigo
Volví a casa con la sensación de una absoluta soledad.
Generalmente, esa sensación de estar solo en el mundo aparece mezclada a un orgulloso sentimiento de superioridad: desprecio a los hombres, los veo sucios, feos, incapaces, ávidos, groseros, mezquinos; mi soledad no me asusta, es casi olímpica. Pero en aquel momento, como en otros semejantes, me encontraba solo como consecuencia de mis peores atributos, de mis bajas acciones. En esos casos siento que el mundo es despreciable, pero comprendo que yo también formo parte de él; en esos instantes me invade una furia de aniquilación, me dejo acariciar por la tentación del suicidio, me emborracho, busco a las prostitutas. Y siento cierta satisfacción en probar mi propia bajeza y en verificar que no soy mejor que los sucios monstruos que me rodean.
Esa noche me emborraché en un cafetín del bajo. Estaba en lo peor de mi borrachera cuando sentí tanto asco de la mujer que estaba conmigo y de los marineros que me rodeaban que salí corriendo a la calle. Caminé por Viamonte y descendí hasta los muelles. Me senté por ahí y lloré. El agua sucia, abajo, me tentaba constantemente: ¿para qué sufrir? El suicidio seduce por su facilidad de aniquilación: en un segundo, todo este absurdo universo se derrumba como un gigantesco simulacro, como si la solidez de sus rascacielos, de sus acorazados, de sus tanques, de sus prisiones no fuera más que una fantasmagoría, sin más solidez que los rascacielos, acorazados, tanques y prisiones de una pesadilla.
La vida aparece a la luz de este razonamiento como una larga pesadilla, de la que sin embargo uno puede liberarse con la muerte, que sería, así, una especie de despertar. ¿Pero despertar a qué ? Esa irresolución de arrojarse a la nada absoluta y eterna me ha detenido en todos los proyectos de suicidio. A pesar de todo, el hombre tiene tanto apego a lo que existe, que prefiere finalmente soportar su imperfección y el dolor que causa su fealdad, antes que aniquilar la fantasmagoría con un acto de propia voluntad. Y suele resultar, también, que cuando hemos llegado hasta ese borde de la desesperación que precede al suicidio, por haber agotado el inventario de todo lo que es malo y haber llegado al punto en que el mal es insuperable, cualquier elemento bueno, por pequeño que sea, adquiere un desproporcionado valor, termina por hacerse decisivo y nos aferramos a él como nos agarraríamos desesperadamente de cualquier hierba ante el peligro de rodar en un abismo.
Al olmo viejo, hendido por el rayo y en su mitad podrido, con las lluvias de abril y el sol de mayo algunas hojas verdes le han salido.
¡El olmo centenario en la colina que lame el Duero! Un musgo amarillento le mancha la corteza blanquecina al tronco carcomido y polvoriento.
No será, cual los álamos cantores que guardan el camino y la ribera, habitado de pardos ruiseñores.
Ejército de hormigas en hilera va trepando por él, y en sus entrañas urden sus telas grises las arañas.
Antes que te derribe, olmo del Duero, con su hacha el leñador, y el carpintero te convierta en melena de campana, lanza de carro o yugo de carreta; antes que rojo en el hogar, mañana, ardas en alguna mísera caseta, al borde de un camino; antes que te descuaje un torbellino y tronche el soplo de las sierras blancas; antes que el río hasta la mar te empuje por valles y barrancas, olmo, quiero anotar en mi cartera la gracia de tu rama verdecida. Mi corazón espera también, hacia la luz y hacia la vida, otro milagro de la primavera
Señor La jaula se ha vuelto pájaro y se ha volado y mi corazón está loco porque aúlla a la muerte y sonríe detrás del viento a mis delirios
Qué haré con el miedo Qué haré con el miedo
Ya no baila la luz en mi sonrisa ni las estaciones queman palomas en mis ideas Mis manos se han desnudado y se han ido donde la muerte enseña a vivir a los muertos
Señor El aire me castiga el ser Detrás del aire hay monstruos que beben de mi sangre
Es el desastre Es la hora del vacío no vacío Es el instante de poner cerrojo a los labios oír a los condenados gritar contemplar a cada uno de mis nombres ahorcados en la nada.
Señor Tengo veinte años También mis ojos tienen veinte años y sin embargo no dicen nada
Señor He consumado mi vida en un instante La última inocencia estalló Ahora es nunca o jamás o simplemente fue
¿Cómo no me suicido frente a un espejo y desaparezco para reaparecer en el mar donde un gran barco me esperaría con las luces encendidas?
¿Cómo no me extraigo las venas y hago con ellas una escala para huir al otro lado de la noche?
El principio ha dado a luz el final Todo continuará igual Las sonrisas gastadas El interés interesado Las preguntas de piedra en piedra Las gesticulaciones que remedan amor Todo continuará igual
Pero mis brazos insisten en abrazar al mundo porque aún no les enseñaron que ya es demasiado tarde
Señor Arroja los féretros de mi sangre
Recuerdo mi niñez cuando yo era una anciana Las flores morían en mis manos porque la danza salvaje de la alegría les destruía el corazón
Recuerdo las negras mañanas de sol cuando era niña es decir ayer es decir hace siglos
Señor La jaula se ha vuelto pájaro y ha devorado mis esperanzas
Señor La jaula se ha vuelto pájaro Qué haré con el miedo
Mujer el mundo está amueblado por tus ojos Se hace más alto el cielo en tu presencia La tierra se prolonga de rosa en rosa Y el aire se prolonga de paloma en paloma
Al irte dejas una estrella en tu sitio
Dejas caer tus luces como el barco que pasa Mientras te sigue mi canto embrujado Como una serpiente fiel y melancólica Y tú vuelves la cabeza detrás de algún astro
¿Qué combate se libra en el espacio?
Esas lanzas de luz entre planetas Reflejo de armaduras despiadadas ¿Qué estrella sanguinaria no quiere ceder el paso? En dónde estás triste noctámbula Dadora de infinito
Que pasea en el bosque de los sueños
Heme aquí perdido entre mares desiertos Solo como la pluma que se cae de un pájaro en la noche Heme aquí en una torre de frío Abrigado del recuerdo de tus labios marítimos
Del recuerdo de tus complacencias y de tu cabellera Luminosa y desatada como los ríos de montaña ¿Irías a ser ciega que Dios te dio esas manos? Te pregunto otra vez
El arco de tus cejas tendido para las armas de los ojos
En la ofensiva alada vencedora segura con orgullos de flor Te hablan por mí las piedras aporreadas Te hablan por mí las olas de pájaros sin cielo Te habla por mí el color de los paisajes sin viento Te habla por mí el rebaño de ovejas taciturnas
Dormido en tu memoria Te habla por mí el arroyo descubierto La yerba sobreviviente atada a la aventura Aventura de luz y sangre de horizonte Sin más abrigo que una flor que se apaga
Si hay un poco de viento
Las llanuras se pierden bajo tu gracia frágil Se pierde el mundo bajo tu andar visible Pues todo es artificio cuando tú te presentas Con tu luz peligrosa
Inocente armonía sin fatiga ni olvido Elemento de lágrima que rueda hacia adentro Construido de miedo altivo y de silencio
Haces dudar al tiempo Y al cielo con instintos de infinito
Lejos de ti todo es mortal Lanzas la agonía por la tierra humillada de noches Sólo lo que piensa en ti tiene sabor a eternidad
He aquí tu estrella que pasa Con tu respiración de fatigas lejanas
Con tus gestos y tu modo de andar Con el espacio magnetizado que te saluda Que nos separa con leguas de noche
Sin embargo te advierto que estamos cosidos A la misma estrella
Estamos cosidos por la misma música tendida De uno a otro Por la misma sombra gigante agitada como árbol Seamos ese pedazo de cielo Ese trozo en que pasa la aventura misteriosa
La aventura del planeta que estalla en pétalos de sueño
En vano tratarías de evadirte de mi voz Y de saltar los muros de mis alabanzas Estamos cosidos por la misma estrella Estás atada al ruiseñor de las lunas
Que tiene un ritual sagrado en la garganta
Qué me importan los signos de la noche Y la raíz y el eco funerario que tengan en mi pecho Qué me importa el enigma luminoso Los emblemas que alumbran el azar
Y esas islas que viajan por el caos sin destino a mis ojos Qué me importa ese miedo de flor en el vacío Qué me importa el nombre de la nada El nombre del desierto infinito O de la voluntad o del azar que representan
Y si en ese desierto cada estrella es un deseo de oasis O banderas de presagio y de muerte
Tengo una atmósfera propia en tu aliento La fabulosa seguridad de tu mirada con sus constelaciones íntimas Con su propio lenguaje de semilla
Tu frente luminosa como un anillo de Dios Más firme que todo en la flora del cielo Sin torbellinos de universo que se encabrita Como un caballo a causa de su sombra en el aire
Te pregunto otra vez
¿Irías a ser muda que Dios te dio esos ojos?
Tengo esa voz tuya para toda defensa Esa voz que sale de ti en latidos de corazón Esa voz en que cae la eternidad Y se rompe en pedazos de esferas fosforescentes
¿Qué sería la vida si no hubieras nacido? Un cometa sin manto muriéndose de frío
Te hallé como una lágrima en un libro olvidado Con tu nombre sensible desde antes en mi pecho Tu nombre hecho del ruido de palomas que se vuelan
Traes en ti el recuerdo de otras vidas más altas De un Dios encontrado en alguna parte Y al fondo de ti misma recuerdas que eras tú El pájaro de antaño en la clave del poeta
Sueño en un sueño sumergido
La cabellera que se ata hace el día La cabellera al desatarse hace la noche La vida se contempla en el olvido Sólo viven tus ojos en el mundo El único sistema planetario sin fatiga
Serena piel anclada en las alturas Ajena a toda red y estratagema En su fuerza de luz ensimismada Detrás de ti la vida siente miedo Porque eres la profundidad de toda cosa
El mundo deviene majestuoso cuando pasas Se oyen caer lágrimas del cielo Y borras en el alma adormecida La amargura de ser vivo Se hace liviano el orbe en las espaldas
Mí alegría es oír el ruido del viento en tus cabellos (Reconozco ese ruido desde lejos) Cuando las barcas zozobran y el río arrastra troncos de árbol Eres una lámpara de carne en la tormenta Con los cabellos a todo viento
Tus cabellos donde el sol va a buscar sus mejores sueños Mi alegría es mirarte solitaria en el diván del mundo Como la mano de una princesa soñolienta Con tus ojos que evocan un piano de olores Una bebida de paroxismos
Una flor que está dejando de perfumar Tus ojos hipnotizan la soledad Como la rueda que sigue girando después de la catástrofe
Mi alegría es mirarte cuando escuchas Ese rayo de luz que camina hacia el fondo del agua
Y te quedas suspensa largo rato Tantas estrellas pasadas por el harnero del mar Nada tiene entonces semejante emoción Ni un mástil pidiendo viento Ni un aeroplano ciego palpando el infinito
Ni la paloma demacrada dormida sobre un lamento Ni el arcoiris con las alas selladas Más bello que la parábola de un verso La parábola tendida en puente nocturno de alma a alma
Nacida en todos los sitios donde pongo los ojos
Con la cabeza levantada Y todo el cabello al viento Eres más hermosa que el relincho de un potro en la montaña Que la sirena de un barco que deja escapar toda su alma Que un faro en la neblina buscando a quien salvar
Eres más hermosa que la golondrina atravesada por el viento Eres el ruido del mar en verano Eres el ruido de una calle populosa llena de admiración
Mi gloria está en tus ojos Vestida del lujo de tus ojos y de su brillo interno
Estoy sentado en el rincón más sensible de tu mirada Bajo el silencio estático de inmóviles pestañas Viene saliendo un augurio del fondo de tus ojos Y un viento de océano ondula tus pupilas
Nada se compara a esa leyenda de semillas que deja tu presencia
A esa voz que busca un astro muerto que volver a la vida Tu voz hace un imperio en el espacio Y esa mano que se levanta en ti como si fuera a colgar soles en el aire Y ese mirar que escribe mundos en el infinito Y esa cabeza que se dobla para escuchar un murmullo en la eternidad
Y ese pie que es la fiesta de los caminos encadenados Y esos párpados donde vienen a vararse las centellas del éter Y ese beso que hincha la proa de tus labios Y esa sonrisa como un estandarte al frente de tu vida Y ese secreto que dirige las mareas de tu pecho
Dormido a la sombra de tus senos
Si tú murieras Las estrellas a pesar de su lámpara encendida Perderían el camino ¿Qué sería del universo?
Si yo fuera Dios y tuviese el secreto, haría un ser exacto a ti; lo probaría (a la manera de los panaderos cuando prueban el pan, es decir: con la boca), y si ese sabor fuese igual al tuyo, o sea tu mismo olor, y tu manera de sonreír, y de guardar silencio, y de estrechar mi mano estrictamente, y de besarnos sin hacernos daño -de esto sí estoy seguro: pongo tanta atención cuando te beso; entonces, si yo fuese Dios, podría repetirte y repetirte, siempre la misma y siempre diferente, sin cansarme jamás del juego idéntico, sin desdeñar tampoco la que fuiste por la que ibas a ser dentro de nada; ya no sé si me explico, pero quiero aclarar que si yo fuese Dios, haría lo posible por ser Ángel González para quererte tal como te quiero, para aguardar con calma a que te crees tú misma cada día, a que sorprendas todas las mañanas la luz recién nacida con tu propia luz, y corras la cortina impalpable que separa el sueño de la vida, resucitándome con tu palabra, Lázaro alegre, yo, mojado todavía de sombras y pereza, sorprendido y absorto en la contemplación de todo aquello que, en unión de mí mismo, recuperas y salvas, mueves, dejas abandonado cuando -luego- callas... (Escucho tu silencio. Oigo constelaciones: existes. Creo en ti. Eres. Me basta.
Alzo una rosa, y todo se ilumina como no hace la luna ni el sol puede: serpiente de luz ardiente y enroscada o viento de cabellos que se mueve.
Alzo una rosa, y grito a cuantas aves el cielo colorean de nido y de cantos, en el suelo golpeo la orden que decide la unión de los demonios y los santos.
Alzo una rosa, un cuerpo y un destino contra la fría noche que se atreve, y con savia de rosa y con mi sangre perennidad construyo en vida breve.
Alzo una rosa, y dejo, y abandono cuanto me duele de penas y de asombros. Alzo una rosa, sí, y oigo la vida en este cantar de las aves en mis hombros