Heme aquí frente a frente
de la espesa tiniebla desde donde
oírme debe la deidad rugiente
que en su seno se esconde:
Dime, Genio terrible del torrente,
¿a dónde vas al trasponer, la valla
del hondo precipicio,
tras la ruda batalla
de la atracción, la roca y la corriente. . ?
¿A dónde va el mortal cuando la frente
triunfadora del vicio,
yergue, al bajar a la mundana escoria
en pos de amor, y venturanza y gloria?
¿A dónde van, a dónde,
su fervoroso anhelo,
tu trueno que retumba...?
Y el eco me responde,
ronco y pausado: ¡tumba!
Espíritu del hielo,
que así respondes a mi ruego, dime:
si es la tumba sombría
el fin de tu hermosura y tu grandeza;
el término fatal de la esperanza,
de la fe y la alegría;
del corazón que gime
presa del desaliento y los dolores;
del alma que se lanza en
pos de la belleza,
buscando el ideal y los amores;
después que todo pase,
cuando la muerte, al fin, todo lo arrase,
sobre el oceano que la vida esconde,
dime qué queda;
dí ¿qué sobrenada..?
Y el eco me responde,
triste y doliente: ¡nada!
que así respondes a mi ruego, dime:
si es la tumba sombría
el fin de tu hermosura y tu grandeza;
el término fatal de la esperanza,
de la fe y la alegría;
del corazón que gime
presa del desaliento y los dolores;
del alma que se lanza en
pos de la belleza,
buscando el ideal y los amores;
después que todo pase,
cuando la muerte, al fin, todo lo arrase,
sobre el oceano que la vida esconde,
dime qué queda;
dí ¿qué sobrenada..?
Y el eco me responde,
triste y doliente: ¡nada!
Entonces, ¿por qué ruges,
magnífico y bravío,
por qué en tus rocas, impetuoso, crujes
y al universo asombras
con tu inmortal belleza,
si todo ha de perderse en el vacío. . ?
¿Por qué lucha el mortal, y ama, y espera,
y ríe, y goza, y llora y desespera,
si todo, al fin, bajo la losa fría
por siempre ha de acabar..? Dime, ¿algún día,
sabrá el hombre infelice do se esconde
e1 secreto del ser..? ¿Lo sabrá nunca..?
Y el eco me responde,
vago y perdido: ¡nunca!
magnífico y bravío,
por qué en tus rocas, impetuoso, crujes
y al universo asombras
con tu inmortal belleza,
si todo ha de perderse en el vacío. . ?
¿Por qué lucha el mortal, y ama, y espera,
y ríe, y goza, y llora y desespera,
si todo, al fin, bajo la losa fría
por siempre ha de acabar..? Dime, ¿algún día,
sabrá el hombre infelice do se esconde
e1 secreto del ser..? ¿Lo sabrá nunca..?
Y el eco me responde,
vago y perdido: ¡nunca!
¡Adiós, Genio sombrío,
más que tu gruta y tu torrente helado;
no más exijo de tu labio impío,
que al alejarme, triste, de tu lado,
llevo en el cuerpo y en el alma frío.
A buscar la verdad vino hasta el fondo
de tu profunda cueva:
mas, ay, en vez de la razón ansiada,
un abismo más hondo
mi alma desesperada
en su seno, al salir, consigo lleva...!
¡Ya sé, ya sé el secreto del abismo
que descubrir quería..!
¡Es el mismo, es el mismo
que lleva el pensador dentro del pecho:
la rebelión, la duda, la agonía
del corazón en lágrimas deshecho!
ilustración de Garbi KW http://www.garbikw.com/
más que tu gruta y tu torrente helado;
no más exijo de tu labio impío,
que al alejarme, triste, de tu lado,
llevo en el cuerpo y en el alma frío.
A buscar la verdad vino hasta el fondo
de tu profunda cueva:
mas, ay, en vez de la razón ansiada,
un abismo más hondo
mi alma desesperada
en su seno, al salir, consigo lleva...!
¡Ya sé, ya sé el secreto del abismo
que descubrir quería..!
¡Es el mismo, es el mismo
que lleva el pensador dentro del pecho:
la rebelión, la duda, la agonía
del corazón en lágrimas deshecho!
ilustración de Garbi KW http://www.garbikw.com/
Fragmento Inicial del prólogo de Poema del Niágara escrito por José martí
¡Pasajero, detente! ¡Este que traigo de la mano no es zurcidor de rimas, ni repetidor de viejos maestros, -que lo son porque a nadie repitieron,- ni decidor de amores, como aquellos que trocaron en mágicas cítaras el seno tenebroso de las traidoras góndolas de Italia, ni gemidor de oficio, como tantos que fuerzan a los hombres honrados a esconder sus pesares como culpas, y sus sagrados lamentos como pueriles futilezas! Este que viene conmigo es grande, aunque no lo sea de España, y viene cubierto: es Juan Antonio Pérez Bonalde, que ha escrito el Poema del Niágara. Y si me preguntas más de él, curioso pasajero, te diré que se midió con un gigante y no salió herido, sino con la lira bien puesta sobre el hombro, -porque éste es de los lidiadores buenos, que lidian con la lira,- y con algo como aureola de triunfador sobre la frente. Y no preguntes más, que ya es prueba sobrada de grandeza atreverse a medirse con gigantes; pues el mérito no está en el éxito del acometimiento, aunque éste volvió bien de la lid, sino en el valor de acometer.
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