Una vez en su piso, el primero, directo al lavabo, rutinariamente abre la nevera, frío mucho frío, el congelador, frío más frío. Sí agua, desayuna agua, mucha agua, litros y litros de agua.
Las 3 de la tarde cuando el vecino del segundo deja una nota en la puerta del primero, informándole, que, a las 10 horas del lunes vendrá el fontanero a arreglar el escape que hace dos días hizo unas goteras entre los lavabos del segundo y del primero.
La nota va acompañada de un breve pero sonoro toque al timbre de la puerta, no lo suficientemente breve para parecer un simple aviso, pero sí lo suficientemente sonoro como para despertar al vecino, que acompañado por el hambre y la resaca, consigue incorporarse en el sofá. La tele está encendida, el telediario informa sobre los beneficios de las coles de Bruselas y la dieta mediterránea.
El vecino del primero recuerda que la nevera está llena de frío, y que su estómago está lleno de agua, pero no recuerda que en domingo no está abierto el bar de la calle Tesla esquina G.Jung donde va a comer los días en los que la nevera se llena de frío.
De modo que a las 4 de la tarde, ya se ha duchado, cambiado y confirmado que el esprai desodorante está lleno de aire. Bebe más agua y sale por la puerta, el pie se lleva la nota del vecino del segundo pegadaa la suela del zapato.
El moderno temporizador detectó hace 9 horas que ya era de día y que no se necesitaría la luz de la escalera. La puerta se cierra tras el vecino del primero, que inicia su camino por la calle Tesla, en el tercer banco del paseo alguien lee una novela y tiene un periódico encima de la pierna. Una mujer que dejó de comprarse ropa en 1949 deja caer migas de pan al suelo, siete palomas revolotean en torno al manjar.
Se para junto a una fuente y bebe un poco de agua. Mientras con la manga de su polo verde se seca las gotas de la boca, advierte que las persianas del bar (donde come los días que tiene la nevera llena de frío) están bajadas. Mira el reloj de la cruz de la farmacia que hay a la derecha, son las 4 y 20. El vecino del primero piensa que no son horas de que esté cerrado. Se enfada internamente con el dueño del bar, en realidad con la mujer del dueño, que siempre le dice que el día libre lo deberían tomar los lunes y no los domingos. Da una patada a una bolsa de pipas que está llena de cascaras y restos de sal, y deshace sus pasos. Se sienta en el tercer banco del paseo, y observa que su vecino del tercero está leyendo una novela con bastante interés y que tiene el periódico del domingo,. Y piensa, claro, domingo.
Por segunda vez en el día la puerta de la finca de tres plantas se abre para dejar entrar al vecino del primero, que después de ponerse unos pantalones cortos y una camiseta sin mangas y el cuello sucio, se sienta en el suelo de la sala de estar. Una botella de agua de 1,5 litros ya está vacía 5 minutos antes de que el vecino se estire en el suelo. La vista perdida encuentra un señuelo en la pecera de plástico que adorna la estantería, junto con dos libros de cocina fría, un soporte de libros en forma de balón de rugby, un recuerdo de un restaurante chino y el volumen A de la enciclopedia Larousse.
Dentro de la pecera, algo de tierra, piedrecitas, un pequeño cofre del tesoro, un buzo de playmobil y un dorado y apacible pececillo.
El vecino del tercero que está llenando de nuevo la botella de litro y medio, recuerda perfectamente como llegó ese pez a su piso. Ella aún vivía allí, con ella aún iba una vez al año a la feria del barrio, y para ella siempre acertaba a romper el palillo adecuado para el premio que le pedía. Un pez dorado y apacible quiso en aquella ocasión, (1ticket/tres disparos, con el segundo balín, acertó).
Un dorado y apacible pez en una bolsa transparente, a la semana el pez ya tenía su cofre, su tierra, sus piedrecitas y su playmobil de compañía, la comida especial para peces a base de diminutas porciones de extractos oceánicos tardó en llegar un día más. La primera noche, el vecino del primero y ella pensaron que unas migas de pan serían un adecuado sustitutivo.
Ella se llevó su ropa, sus discos de folk, su VHS y su cepillo de dientes, pero no se llevó su bonita pecera de plástico transparente con su dorado y apacible pececillo.
El vecino del primero, apura las últimas gotas de la botella de 1,5 litros de agua. Esta vez, sentado en un taburete justo enfrente de la pecera. Se levanta, estira la mano y coge por la cola al pez, (que en ese momento no se la estaba mordiendo) abre la boca y engulle al apacible y recientemente desaparecido pez dorado.
Las 10 de la noche, la radio emite un programa sobre Chuck Berry, el vecino del primero se queda dormido en el instante que el locutor da paso a una versión en directo gravada en Alhabama de Jonny be Good.
Exactamente doce horas después, un fontanero llama por quinta vez al timbre del primero, acompañado por la voz del vecino del segundo. Un intenso olor se escapa lentamente del piso y alarma al fontanero y al vecino, que no pierde tiempo en subir al segundo y llamar al 091.
A las 10:28 minutos una pareja de agentes de la policía y tres bomberos entran en el primer piso, el hedor es actor de reparto en la escena y el papel protagonista lo tiene un hombre, que estirado en su cama, no ha podido escuchar las señales horarias de las 10:30 emitidas puntualmente por la radio. Ante la cama, volcada una botella de 1,5 litros de agua, no hay rastro de que se haya derramado ninguna gota al suelo. Los dos policías, los tres bomberos, un fontanero y el vecino del segundo, observan los humos fatuos que empañan el espejo del techo (ella tampoco se lo llevó) .
Pasadas 24 horas, y sin que ningún familiar dé signos de poder aparecer, el forense de bata color marfil y guantes de látex se dispone a realizar la autopsia. El cuerpo no muestra ningún tipo de señal de violencia y el rigor mortis no desvela dolor alguno en el momento de la muerte. El forense de bata color marfil rigurosamente planchada y guantes de látex, coge un bisturí, y hace un profundo corte en la hinchada barriga del difunto vecino del primero. Litros y litros de agua salpican la bata color marfil y mojan el desinfectado suelo del quirófano. El forense con guantes de látex observa el gran charco formado concéntricamente a la camilla. Allí, un dorado y desapacible pececillo se muerde fuertemente la cola. Mientras sus branquias intentan recoger oxigeno del agua que se expande por el desinfectado suelo del quirófano.
Unos guantes de látex aguantan un recipiente transparente bajo el grifo hasta dejarlo medio lleno, allí el forense mete un dorado y apacible pececillo.
A las 3 de la tarde del jueves, un forense entra en su piso, un ático tercera con vistas al río, la terraza siempre visitada por palomas. 5 minutos después de comprobar que no hay llamadas en el contestador y que en el mármol de la cocina tiene un plato de verdura descongelándose, el forense está en el sillón de su despacho observando la estantería, allí, una colección de la A a la Z de la enciclopedia Larousse, una foto reducida de la orla de la promoción de 1965, un recuerdo de un restaurante chino y, en una pecera de plástico transparente algo de tierra, piedrecitas, un pequeño cofre del tesoro, un buzo de playmobil y un dorado y apacible pececillo que ha olvidado todo lo que ha vivido desde hace dos segundos.
Obra con Safe Creative Código: 1109019967270
ilustración de Garbi KW www.garbikw.com
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