El Gran barbudo movía la testa, como un asno de noria, llevando el ritmo. Sus grandes manos de cerámica estaban expuestas sobre el mostrador. Entre las falanges de sus dedos índice y medio de la mano derecha un cigarrillo apuntaba una larga ceniza. La música de jazz anegaba el tempo y en todos los fieles había trance y desasimiento terrenal.
Los ojos de Ifigencia eran azucenas apenas podridas todavía, y los dulces e inquietantes ojos de los cabritillos bastardos pringaban de melancólicos licores las manos extrañas y acariciantes de los beatniks. Barcos llegaban a los afrodisíacos muelles del sur, y a los triste y silenciosos bazares multitudes de antepasados. Los extras del capitán Kid nadaban perdidos entre los derrelictos de los galeones. Babel había enmudecido y era una sucesión de lentos ademanes y ceremonias de hormigas mandarinas. El candor de las amapolas entre los trigos hacía que los rotos blue-jeans y los largos jerseys de lana basta y las baratas botas de goma y los cestos de pleita vacíos y los bolsillos sin dinero se transformaran en hogares cálidos, pechos, labios. Afuera comenzaba a soplar reposadamente el viento y en el bar olía a marihuana.
El Gran Barbudo cambió el disco y los feligreses suspiraron y se urgieron en los pedidos de bebidas. Hubo un movimiento de ola que abarcó a todos, que cabecearon, titubearon, pero no se desplazaron de sus lugares. El Gran Barbudo negó una copa aun muchacho terriblemente andrajoso hasta que la insistencia le compadeció e hizo que le sirvieran, acompañando el gesto de una retahíla de reconvenciones. Todos tenían un tope en la deuda, pero a veces se hacían excepciones. Al Gran Barbudo le gustaba el muchacho de los andrajos, que tenía algo de pescador mendigo y algo de animalillo irremisiblemente perdido y un poco de enredoso arbusto y otro poco de mineral noble y ensuciado. El Gran Barbudo tenía pasiones que no intentaba disimular pero que jamás llevaba a los actos.
ilustración de Garbi KW http://www.garbikw.com/
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