martes, 6 de marzo de 2012

Sonata triste para la luna de Granada de Luis García Montero

                                                                                    
       A Marga
                                                     "Le ciel est par-dessus le toit"
                                                                                    Paul Verlaine

Esta ciudad me mira con tus ojos,
parpadea,
porque ahora después de tanto tiempo
veo otra vez el piano que sale de la casa
y me llega de forma diferente,
huyendo del salón,
abordando las calles
de esta ciudad antigua y tan hermosa,
que sigue solitaria como tú la dejaste,
cargando con sus plazas,
entre el cauce perdido del anhelo
y al abrigo del mar.
Estarías aquí
y nada habría cambiado sino el tiempo,
el cadáver extraño de sus ríos
que siguen sumergidos
como tú los dejaste.
Ahora
siento otra vez mi cuerpo poblarse de veletas
y lo veo entendido
sobre generaciones de ventanas antiguas
mientras la noche avanza solitaria y perfecta.
Somos de una ciudad
cargada de paciencia,
que no conoce el sueño de los invernaderos,
ni ha vivido la extraña presencia del amor.
Como pequeñas venas
los comercios esperan para abrirse mañana
y el deseo no existe
más allá de la luna de los escaparates.

Hemos soñado ya todos los sueños,
hemos vivido aquí
donde la historia olvida sus raíles vacíos,
donde la paz es negra y se recoge
entre plazas cerradas,
sobre tabernas viejas,
bajo el borde morado del misterio.

Alguna vez soñamos
con un mundo distinto:
era cuando el imperio perdido del azúcar
y llegaban viajeros
al olor de la industria.
Las calles se llenaron de motores rugientes
y la frivolidad
como una enredadera brillante por los ojos
nos ofreció de pronto
templada carne, lámparas de araña.
Parece que os recuerdo
abrasados al mundo entre trajes de hilo,
entre la piel hermosa de una época
que nos dejó sus árboles,
el corazón grabado
sobre las pitilleras, y su dedicatoria
en las fotografías.
Ahora
cuando el destino ya no es una excusa
sino la soledad,
y los cielos están bajo el tejado
como tú los dejaste,
todo recuerda un sueño sucio
de madrugada.
Aquí
no tuvimos batallas sino espera.
La guerra fue un camión que nos buscaba,
detenido en la puerta,
partiendo con sus ojos encendidos
de espía
y al abrigo del mar.
Más tarde
entre canciones tristes de marineros rubios
todo quedó dormido.
De balcón a balcón
oímos la posguerra por la radio,
y lejos,
bajo las cruces frías de las plazas,
ancianas sombras negras pascaban
sosteniendo en las manos
nuestra supervivencia.

Esta ciudad es íntima, hermosamente obscena,
y tus manos son pálidas
latiendo sobre ella
y tu piel amarilla, quemada en el tabaco,
que me recuerda ahora
la luz artificial del alumbrado.

Vuelvo hacia ti. Mi corazón de búho
lo reciben sus piernas.
Como testigos mudos de la historia
acaricio las cúpulas perdidas,
palacios en ruina,
fuentes viejas
que recogen la luna
donde van a esconderse los últimos abrazos.
Verdes en el cansancio
de todas las esquinas
esta ciudad me mira con tus ojos de musgo,
me sorprende tranquila
de amor y me provoca.
Amanece
moradamente un día
que las calles comparten con la lluvia.
La soledad respira más allá
de las grúas
y mi cuerpo se extiende
por una luz en celo que adivina
los labios de la sierra,
la ropa por las torres de Granada.

La madrugada deja
rastros de oscuridad entre las manos.
                                   Oigo
una voz que clarea. Lentamente
los tejados sonríen cada vez más extensos,

y así,
como una ola,
entre la nube abierta de todos los suburbios,
esta ciudad se rompe sobre las alamedas,
bajo los picos últimos
donde la nieve aguarda
que suba el mar, que nazca la marea.


El verso de este poema "Esta ciudad me mira con tus ojos" lo podemos encontrar en la siguiente canción de Ismael Serrano: La ciudad parece un mundo, de su disco Los Paraisos Desiertos

fotografía de Garbi KW http://www.garbikw.com/  

El título de la canción de Ismael Serrano así como el primer verso del estribillo estan extraidos de una frase del libro Clea, el cuarteto de Alejandría 4  de Lawrence Durrell:

"Una ciudad se convierte en un mundo cuando se ama a uno de sus habitantes. Toda una nueva geografía de Alejandría había nacido a través de Clea, recreando sus antiguos significados, renovando atmósferas semi olvidadas, arrastrando el aluvión multicolor de una nueva historia, una nueva biografía. Recuerdos de viejos cafés a lo largo de la costa en los bronceados plenilunios, los toldos rayados flotando en la brisa marina de la medianoche. Cenas tardías, la luna rielando nuestras copas. A la sombra de un minarete o en alguna franja de arena a la luz trémula de una lámpara de parafina. 0 recogiendo brazadas de capullos primaverales en el Cabo de las Higueras: ciclámenes brillantes, deslumbrantes anémonas. O de pie, juntos, frente a las tumbas de Kom El Shugafa, aspirando las húmedas exhalaciones de oscuridad que brotan de aquellas extrañas moradas subterráneas de alejandrinos muertos hace siglos; tumbas talladas en el suelo de oscuro chocolate, apiladas una sobre otra, como literas de barco. Sofocantes, mohosas y a la vez intensamente frías. ("Dame la mano.") Pero si Clea tiritaba no era todavía con la premonición de la muerte, sino tan sólo a causa del peso de la tierra grávida amontonada sobre nosotros metro a metro. Cualquier criatura solar hubiese temblado allí. El claro vestido de verano tragado por las tinieblas."Tengo frío. Vamos." Sí, hacía frío allí. Pero qué agradable era salir de aquella oscuridad a la ruidosa, anárquica vida de la calle abierta. Así ha de haberse levantado el dios-sol, liberándose de la húmeda prisión de la tierra, sonriendo al decorado cielo azul que inspiraba al viaje, a la liberación de la muerte, a la renovación en la vida de criaturas comunes. Sí, los muertos están en todas partes. No se los puede eludir tan fácilmente. En cada uno de los rincones de nuestras vidas secretas sentimos la triste y ciega presión de sus dedos despojados pidiendo que se les conceda un recuerdo, que se los haga renacer a la vida de la carne, que se les permita alojarse en nuestros latidos, invadir nuestros abrazos. Llevamos dentro de nosotros, como trofeos biológicos, la herencia de sus fracasos vitales: la forma de unos ojos, la curva de una nariz; o en líneas más fugitivas aun como la muerta risa de alguien, o un hoyuelo que despierta una sonrisa ha tiempo enterrada. El más simple de aquellos besos nuestros poseía un linaje de muerte. En ellos se amparaban amores olvidados, ansiosos por renacer. Las raíces de todos los suspiros están enterradas en el suelo. ¿Y cuando los muertos nos invaden? Porque algunas veces aparecen en persona. Aquella brillante mañana, por ejemplo, tan normal en apariencia, tan engañosa, cuando Clea, mortalmente pálida, irrumpió desde el lago como un cohete, y murmuró sofocada:
-Hay hombres muertos allí abajo"


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