martes, 21 de febrero de 2012
La Metamorfosis de Narciso. Poema paranoico de Salvador Dalí
Primer Pescador de Port Lligat: «¿Qué le pasa a ese muchacho que se pasa el día mirándose en el espejo?».
Segundo Pescador: «Si quieres que te lo diga (
«Cebolla en la cabeza», en catalán, corresponde exactamente a la noción psicoanalítica de «complejo».
Si uno tiene una cebolla en la cabeza, ésta puede florecer de un momento a otro, ¡oh Narciso!
Bajo el desgarrón de la negra nube que se aleja
la balanza invisible de la primavera
oscila
en el cielo nuevo de abril.
Sobre la más alta montaña,
el dios de la nieve,
su cabeza deslumbrante inclinada sobre el espacio
vertiginoso
de los reflejos
se derrite de deseo
en las cataratas verticales del deshielo
aniquilándose ruidosamente entre los gritos
excrementales de los minerales
o
entre los silencios de los musgos,
hacia el lejano espejo del lago
en el que desaparecidos los velos del invierno,
acaba de descubrir
el relámpago fulgurante de su imagen exacta.
Se diría que con la pérdida de su divinidad la alta llanura
entera se vacía, desciende y se derrumba
entre las soledades y el silencio incurable de los óxidos de hierro
mientras que su peso muerto levanta toda entera
hormigueante y apoteósica la planicie de la llanura
donde camino ya se abren hacia el cielo
los surtidores artesianos de la hierba
y que suben, rectas, tiernas y duras, las innumerables lanzas florales
de los ejércitos ensordecedores de la germinación de los narcisos.
bien plantado
Ya el grupo heterosexual, en las famosas posturas de la expectación preliminar, pesa concienzudamente el cataclismo libidinoso, inminente, eclosión carnívora de sus latentes atavismos morfológicos.
En el grupo heterosexual en esta suave fecha¹ del año
(pero sin exceso querida ni dulce),
se encuentran el Hindú áspero, aceitado, azucarado
como un dátil de agosto,
el Catalán de espaldas serias, y
en una cuesta-pendiente,
con un Pentecostés, de carne en el cerebro,
el Alemán rubio y carnicero,
las brumas morenas de las matemáticas
en los hoyuelos de sus rodillas nubosas,
se encuentran la Inglesa,
la Rusa, la Sueca, la Americana y la gran Andaluza tenebrosa,
robusta de glándulas y olivácea de angustia.
Lejos del grupo heterosexual, las sombras de la tarde avanzada se alargan en el paisaje y el frío invade la desnudez del adolescente rezagado al borde del agua.
Cuando la anatomía clara y divina de Narciso se inclina sobre el espejo oscuro del lago,
cuando su blanco torso doblado hacia delante se paraliza, helado,
en la curva argentada e hipnótica de su deseo,
cuando pasa el tiempo sobre el reloj de flores de la arena de su propia carne.
Narciso se aniquila en el vértigo cósmico
en lo más hondo del cual canta
la sirena fría y dionisíaca de su propia imagen.
El cuerpo de Narciso se vacía y se pierde
en el abismo de su reflejo,
como el reloj de arena al que no se dará la vuelta.
invisible.
Narciso, pierdes tu cuerpo,
arrebatado y confundido por el reflejo milenario de tu desaparición,
tu cuerpo herido mortalmente
desciende hacia el precipicio de topacios de los restos
amarillos del amor,
tu blanco cuerpo, engullido,
sigue la pendiente del torrente ferozmente mineral
de negras pedrerías de perfumes acres,
tu cuerpo...
hasta las desembocaduras mates de la noche
al borde de las cuales ya destella
toda la platería roja
de las albas de venas rotas en «los desembarcaderos de la sangre²».
Narciso,
¿comprendes? La simetría, divina hipnosis de la geometría del espíritu,
colma ya tu cabeza con ese sueño incurable, vegetal, atávico y lento
que reseca el cerebro en la sustancia apergaminada
del núcleo de tu próxima metamorfosis.
La simiente de tu cabeza acaba de caer al agua.
El hombre regresa al vegetal y los dioses
por el pesado sueño de la fatiga
por la transparente hipnosis de sus pasiones.
Narciso, tan inmóvil estás que parecería que duermes.
Si se tratara de Hércules rugoso y moreno,
se diría: duerme como un tronco en la postura de un roble hercúleo.
Mas tú, Narciso,
formado por tímidas eclosiones perfumadas de adolescencia transparente,
duermes como una flor de agua.
Ahora se aproxima el gran misterio,
ahora tendrá lugar la gran metamorfosi.
Narciso, en su inmovilidad, absorto en su reflejo
con la lentitud digestiva de las plantas carnívoras,
se vuelve
No queda más de él que el óvalo alucinante
de blancura de su cabeza,
su cabeza de nuevo más tierna,
su cabeza, crisálida de segundas intenciones biológicas,
su cabeza sostenida con la punta de los dedos del agua,
con la punta de los dedos,
de la mano insensata, de la mano terrible, de la mano coprofágica,
de la mano mortal de su propio reflejo.
Cuando esa cabeza se raje,
cuando esa cabeza estalle,
será la flor, el nuevo Narciso,
Gala,
mi narciso.
¹ «Fecha» considerada como «materia».
² Federico García Lorca bajando la voz): tiene una cebolla en la cabeza».
ilustración de Garbi KW http://www.garbikw.com/
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