domingo, 11 de diciembre de 2011

El paraíso perdido (fragmento) de John Milton


Cuando Beelzebuh se apercibió de esta disposición (nadie excepto Satanás ocupa un rango tan elevado) se levantó con grave ademán y al levantarse parecía una columna del Estado. Los cuidados públicos y la reflexión se ven profundamente grabados en su frente: y en sus facciones majestuosas, aunque desfiguradas, se leían las decisiones del consejo de un rey. Con aspecto severo, permaneció de pie mostrando sus hombros de Atlas capaces de soportar el peso de las mas poderosas monarquías. Su mirada domina al auditorio, y mientras habla permanece todo él tan tranquilo y silencioso como la noche ó como el aire del medio día de un día de verano.

- Tronos y potencias imperiales, hijos del cielo, virtudes etéreas ¿debemos renunciar a nuestros títulos, y cambiando de estilo, llamarnos príncipes del infierno? Porque según veo, el voto popular se inclina a permanecer aquí y fundar en este sitio un imperio creciente; pero sin duda cuando incurrimos en este error ignoramos que el Rey del cielo nos ha designado este lugar, este calabozo, no como un retiro seguro, fuera del alcance de su brazo poderosos, para vivir en él exento de la alta jurisdicción del cielo en una nueva liga, formada contra su trono, sino para permanecer en la mas estrecha esclavitud, aunque tan lejos de él, y bajo el yugo ineludible reservado a su cautiva multitud? En canto a él, tened por cierto que tanto en la altura de los cielos como en l profundidad del abismo reinará el primero y el último, como único rey no habiendo perdido por nuestra rebelión ni una pequeña parte de su reino. Extenderá aun más su imperio sobre el infierno, y nos gobernará aquí con un cetro de hierro, como gobierna a los habitantes del cielo con un cetro de oro.

¿A qué viene , pues, permanecer aquí, deliberando sobre la paz o la guerra? Nos determinamos por esto, y hemos sido destrozados con una pérdida irreparable. Nadie ha solicitado o implorado aun condiciones de paz, porque ¿cuál sería la que se concediese a nosotros, los esclavos, sino duros calabozos, y golpes, y castigos arbitrariamente impuestos? Y ¿qué paz podemos dar en cambio, sino la que está en nuestro poder, es decir, hostilidades y odio, repugnancia invencible, y venganza, aunque tardía, y conspirando siempre, buscar los medios de que el conquistador se aproveche menos de su conquista, y pueda recrearse menos en los tormentos que sufrimos y sentimos más? No nos faltará la ocasión; no tendremos necesidad de aventurar una expedición peligrosa para invadir el cielo cuyas altas murallas no temen sitio ni asalto, ni las emboscadas del infierno!

¿No podríamos encontrar otro medio más fácil? Si la antigua y profética tradición del cielo no es falsa, existe un lugar, otro mundo, morada dichosa de una nueva criatura llamada Hombre. En estos tiempos, a poca diferencia, ha debido ser creada semejante a nosotros, aunque menos en poder y en excelencia: pero más favorecida por aquel que lo dirige todo allá arriba. Tal ha sido la voluntad del Todopoderoso declarada ante los dioses y que confirmó un juramento que conmovió a toda la circunferencia del cielo. Hacia ese sitio deben dirigirse todos nuestros pensamientos a fin de saber qué criaturas habitan aquel mundo, qué forma u qué sustancia son las suyas, cuál es su fuerza y su debilidad, si pueden ser más bien atacados por el engaño que por la fuerza. Aunque el cielo esté cerrado para nosotros, y su soberano árbitro tenga en él su seguro asiento confiado en sus propias fuerzas, la nueva morada puede estar abierta en los confines más remotos del reino de ese Monarca, y abandonada a la defensa de los que la habitan: allí podríamos quizá llevar a cabo alguna aventura provechosa por medio de un previsto ataque, ya devastemos con el fuego del Infierno su creación entera, ya nos apoderemos de ella como de nuestro propio bien, y arrojemos del mismo modo que hemos sido arrojados a sus débiles posesores: o si no le arrojamos, podremos atraerlos a nuestro partido de modo que su Dios se convierta en su enemigo, y con una mano arrepentida destruya su propia obra, Esto sería mucho mejor que una venganza ordinaria e interrumpiría el placer que nuestra confusión causa al vencedor: de su turbación nacería nuestro gozo, cuando viera que sus hijos queridos, precipitados en este sitio para sufrir con nosotros, maldecirían su frágil ser, y su dicha tan pronto marchita. Pensad si vale esto la pena de intentarse, o si debemos más bien acurrucados en las tinieblas


ilustración de Garbi KW http://www.garbikw.com/

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