Es evidente que una zona como el Barrio Francés no es el
medio adecuado para un joven de buenas costumbres, casto, prudente e
impresionable como vuestro chico trabajador. ¿Habrían sido capaces de superar
tales obstáculos Edison, Ford y Rockefeller?
La mente diabólica de Clyde no se ha detenido en una
humillación tan simple, sin embargo. Como supuestamente he de manejar lo que
Clyde llama “El mercado turístico”, se me ha ataviado con una especie de
disfraz.
[ A juzgar por los clientes que he tenido este primer día en
la nueva ruta, los “turistas” parecen ser los mismos viejos vagabundos a
quienes vendía en el barrio comercial. En un estupor provocado por el vino
infecto, han ido bajando sin duda al Barrio Francés y así, para la mente senil
de Clyde, quedan clasificados como “turistas”. Me pregunto si Clyde habrá
tenido siquiera una oportunidad de ver a los fracasados, a los vagabundos
andrajosos que compran los productos Paraíso y, al parecer, subsisten a base de
ellos. Entre los otros vendedores ( itinerantes achacosos y enfermos que se
llaman más o menos Camarada, Viejo, Tío, Campeón y As) y mis clientes, estoy,
al parecer, atrapado en un limo de almas perdidas. Sin embargo, el simple hecho
de que hayan alcanzado estrepitosos fracasos en nuestro siglo, les da una
cierta calidad espiritual. En realidad, pueden ser (esas andrajosas
ruinas) los santos de nuestra época:
Viejos negros maravillosamente machacados de tostados ojos; vagabundos tronados
venidos de los páramos de Texas y de Oklahoma; campesinos arruinados que buscan
refugio en pensiones urbanas infestadas de roedores.
“Sin embarbo, espero que en mi senectud no tenga que
depender de las salchichas para mi manutención. La venta de mis obras
literarias quizás aporte algún beneficio. En caso necesario, siempre podría
recurrir al circuito de conferencias, siguiendo los pasos de esa espectral
M.Minkoff, cuyas ofensas a la decencia y el buen gusto ya han sido descritas a
los lectores con detalle, a fin de extirpar los disparates e indecencias que
habrá esparcido ella por las diversas salas de conferencias del país. Pero
quizás haya alguna persona de calidad entre el público de su primera
conferencia que la agarre y la baje del estrado y la azote un poquito en sus
zonas erógenas. Pese a las cualidades espirituales que esta chica pueda poseer,
los barrios bajos son, sin duda alguna, algo que está por debajo del nivel
aceptable en cuestión de comodidad material, y dudo seriamente que mi físico
sólido y bien formado se adaptase fácilmente a dormir en las callejuelas.
Tendería más bien, sin duda, a utilizar los bancos de los parques. En
consecuencia, mi propio tamaño es una salvaguarda contra esta tendencia mía a
hundirme cada vez más profundamente dentro de la estructura de nuestra
sociedad. (No creo, en realidad, que uno tenga necesariamente que rascar el
fondo, como si dijésemos para poder enfocar subjetivamente a su sociedad. En
vez de moverse verticalmente hacia abajo, uno debe moverse horizontalmente
hacia fuera, hacia un punto lo suficientemente distanciado donde no quede inevitablemente
desterrad un mínimo de comodidad material. En esa posición estaba yo – al
margen mismo de nuestra era- cuando la intemperancia cataclismática de mi
madre, como el lector bien sabe, me catapultó al remolino febril de la vida contemporánea,.
Para ser absolutamente sincero, he de decir que, desde entonces, las cosas han
ido de mal en peor. La situación se ha deteriorado . Minkoff, me llama
desapasionada, se ha vuelto contra mi, Hasta mi madre, el agente de mi
destrucción, ha empezado a morder la mano que la alimenta. El ciclo es cada vez
más bajo. ¡ Oh, Fortuna, sombra caprichosa! ) Personalmente, he descubierto que
la falta de comida y de comodidades, en vez de ennoblecer el espíritu, crea
sólo ansiedad dentro de a psique humana y canaliza los mejores impulsos del
individuo únicamente hacia el fin de lograr algo que comer, Aunque tengo una
Rica Vida Interior, preciso tener también algo de comida y alguna que otra
comodidad.]
Pero volvamos a la cuestión que nos ocupa: la venganza de
Clyde. El vendedor que tenía antes la ruta del Barrio Francés, llevaba un
absurdo atuendo de pirata, un guiño de Vendedores Paraíso al folklore y la
historia de Nueva Orleáns, una tentativa clydiana de relacionar la salchicha
con la leyenda criolla, Clyde me obligó a probármelo en el garaje. El traje,
claro está, había sido confeccionado según las medidas de la constitución
tuberculosa y subdesarrollada del antiguo vendedor, y pese a los muchos
tirones, inhalaciones y esfuerzos, fue imposible encerrar en él mi cuerpo
musculoso. Hubo de llegar, en consecuencia, a una especie de compromiso. Até en
mi gorra el pañuelo pirata de satén rojo. Me atornillé en el lóbulo izquierdo
el pendiente dorado, una versión grandes almacenes. Fijé el sable negro de
plástico al costado de mi ropón blanco de vendedor con un imperdible. Un pirata
muy poco impresionante, dirán los lectores. Sin embargo, cuando me contemplé en
el espejo, hube de admitir que tenía un aspecto sobrecogedor y dramático.
Blandiendo el sable de plástico hacia Clyde, grité: “¡Salid a la pasarela,
almirante, es un motín!” Esto, debería haberme dado cuenta fue demasiado para
su mentalidad literal y salchichesca. Se asustó muchísimo y procedió a atacarme
con su tenedor, como un chuzo. Evolucionamos por el garaje como dos
espadachines en una película histórica particularmente inepta, durante unos
instantes, tenedor y sable repiqueteando uno contra otro demencialmente.
Dándome cuente de que mi arma de plástico no podía igualar a un largo tenedor
esgrimido por un matusalén alucinado, comprendiendo que estaba despertando los
peores instintos de Clyde, intenté poner fin a aquel pequeño duelo. Pronuncié
palabras pacificadoras, rogué, me rendí por último. Aún así, Clyde seguía
asediándome, mi disfraz de pirata le parecía tan perfecto que al parecer le
había convencido de que habíamos vuelto a los tiempos dorados de la vieja Nueva
Orlean romántica, cuando los caballeros decidían las cuestiones de honor
salchichesco a veinte pasos. Fue entonces cuando se encendió la luz en mi mente
compleja. Sé que Clyde intentaba, en realidad, matarme. Habría sido una excusa
perfecta: defensa propia. Me había puesto e sus manos. Por suerte para mí caí
al suelo. Me había apoyado en uno de los carros, perdí mi equilibrio, siempre
precario y me desplomé. Aunque me di un golpe en la cabeza, bastante doloroso
por cierto, contra el carro, grité afablemente desde el suelo: “Ganasteis vos,
caballero”. Luego, en silencio, rendí homenaje a la Fortuna Clemente que me había
librado de morir trinchado con un tenedor herrumbroso.
ilustración de Garbi KW http://www.garbikw.com/
ilustración de Garbi KW http://www.garbikw.com/
No hay comentarios:
Publicar un comentario