Según el testimonio de las escasas personas que vieron a Djerzinski en Irlanda durante las últimas semanas, parecía sentir una especie de aceptación. Su rostro ansioso e inestable se había serenado. Andaba durante mucho tiempo y sin meta precisa por la Sky Road, daba largospaseos de soñador; caminaba en presencia del cielo. La carretera del oeste serpenteaba a lo largo de las colinas, alternativamente abrupta y suave. El mar resplandecía, refractaba una luz cambiante sobre los últimos islotes rocosos. En rápida deriva sobre el horizonte, las nubes
formaban una masa luminosa y confusa, como una extraña presencia material. Caminaba durante mucho tiempo, sin esfuerzo, con el rostro bañado en una bruma acuática y ligera. Sabía que sus trabajos estaban terminados. En la habitación que había transformado en despacho, cuya ventana daba a la punta de Errislannan, había puesto en orden sus notas; varios centenares de páginas que trataban de los temas más variados. El resultado de sus trabajos científicos propiamente dichos cabía en ochenta páginas mecanografiadas; no había juzgado necesario detallar los cálculos.
El 27 de marzo del 2009, al caer la tarde, fue a la oficina de correos de Galway. Envió un ejemplar de sus trabajos a la Academia de Ciencias de París y otro a la revista Nature, en Gran Bretaña. Sobre lo que ocurrió después, no hay ninguna certeza. El hecho de que encontraran
su coche junto a Aughrus Point reforzó la hipótesis del suicidio, sobre todo porque ni Walcott ni ningún técnico del centro se mostraron realmente sorprendidos por este desenlace. «Había en él algo espantosamente triste», declaró Walcott; «creo que era el ser más triste que he conocido en mi vida, y aun así la palabra tristeza me parece demasiado suave; más bien debería decir que había en él algo destruido, completamente arrasado. Siempre tuve la impresión de que la vida era una carga para él, que ya no sentía el menor vínculo con ninguna cosa viva. Creo que resistió justo el tiempo necesario para acabar sus trabajos, y que ninguno de nosotros puede siquiera imaginar el esfuerzo que eso le costó.»
Sin embargo, el misterio siguió rodeando la desaparición de Djerzinski, y el hecho de que nunca encontrasen su cuerpo dio pie a una leyenda tenaz según la cual se habría marchado a Asia, en concreto al Tibet, para contrastar sus trabajos con ciertas enseñanzas de la tradición
budista. Esta hipótesis se ha visto unánimemente rechazada en la actualidad. Por una parte, no se ha podido descubrir la menor huella de un pasaje aéreo fuera de Irlanda; por otra parte, los dibujos trazados en las últimas páginas de su cuaderno de notas, que durante cierto tiempo se tomaron por mándalas, fueron finalmente identificados como combinaciones de símbolos celtas semejantes a los que se encuentran en el Book of Kells.
Ahora creemos que Michel Djerzinski encontró la muerte en Irlanda, en el mismo lugar que eligió para vivir sus últimos años. Creemos también que cuando terminó sus trabajos, sintiéndose desprovisto de cualquier lazo humano, decidió morir. Numerosos testimonios dan fe de su fascinación por ese último extremo del mundo occidental, constantemente bañado en una luz cambiante y suave, por el que tanto le gustaba pasear; donde, como escribió en una de sus últimas notas, «el cielo, la luz y el agua se confunden». Actualmente creemos que Michel Djerzinski se adentró en el mar.
ilustración de Garbi KW http://www.garbikw.com/
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