lunes, 3 de octubre de 2011

El Sherpa Kamikace de Amadeo Rojo Morientes


Resbalar por las escaleras justo en el momento que das el primer paso puede tener su parte negativa, no digo que las numerosas secuelas de los golpes y las alucinaciones provocadas por los diversos traumatismos cráneo-encefálicos no tengan su lado oscuro. Pero durante mi caída por los 975 escalones de mi edificio mi mente estuvo totalmente clara.

Las ideas saltaban de neurona en neurona a la velocidad del neutrino y me dispuse a dar una conferencia, master class o ponencia en el rellano de cada piso por el que descendía rodando.

La lucidez que tanto añoré en mi época de estudiante se revelaba ante mí como una piedra filosofal de andar por casa. La emoción me embargó, me embriagó, comprendí y analicé las teorías de Einstein sobre el espacio, el tiempo y el universo, disentí de todas ellas. Encontré mil maneras de resolver el último teorema de Fermat contando con los dedosEn el tiempo que duraba un golpe en las costillas analicé toda mi infancia bajo el prisma freudiano, que consideré erróneo. Evalué todas y cada una de las fórmulas de John Nash sobre economía, las reformulé y cotejándolas con la situación global actual, diseñé un modelo nuevo de desarrollo mundial sostenible, sin basarme en la explotación infantil, ni el libre mercado ni el intervencionismo del estado.  

Brincaba por mis recuerdos como un Solomon Shereshevsky cualquiera, meditaba y alcanzaba una y otra vez el nirvana como quien come pipas esperando el metro. Resolví que, obviamente y sin ningún género de dudas el gato de Schrödinger estaba muerto. Descubrí que Nicola Tesla trabajaba para Endesa, que la Gioconda no era más que el rostro de la muerte, que Galileo tenía bien merecido consumirse en llamas por zoquete, que los poemas de Lorca no tienen ni métrica ni rima, que Kafka tomaba procaz, que Bukowsky iba los viernes por la noche de voluntario a un comedor social y los domingos a alcohólicos anónimos y que del proyecto Manhattan, no pudo salir más que la receta de un cóctel a base de whisky y Vermut.    

Tras de mí, los vecinos alertados, más por la brillantez de mis subordinadas sustantivas que por mis hemorragias, se acercaban a modo de apóstoles al nuevo y verdadero Shambhala que yo, el Sherpa Kamikace les ofrecía.

Hacinados, se mataban unos a los otros con el afán de rozarme las yemas de los dedos, con la falsa esperanza que mis conocimientos les dieran la felicidad, que mi verbo ágil y afilado como la nariz de Góngora les ayudara a dar sentido a sus vidas…Ya no existían secretos para mi, descubrí que durante cien años el coronel Buendía había estado acompañado. En esta eternidad de sabiduría de esfinge se me revelaron mil y una noches de óperas que nunca había escuchado, de cuadros que jamas había contemplado, de páginas que siempre creí en blanco….

Cada escalón que notaba en la espalda, en la sien o en la frente, me daba un sinfín de temas para mis tertulias en el café Gijón donde atentos y callados Valle Inclán y Ramón y Cajal tomaban apuntes.

 Desmonté las bases de todas las religiones hallando vacíos en cada uno de sus textos sagrados, destilé mis propios placeres a partir de la retórica y huyendo por completo de la concupiscencia. No pude más que considerar demagogos a todos los grandes pensadores que la civilización había encumbrado, descubriendo errata tras errata y contradicción tras contradicción en las más preclaras disertaciones de  Nietzsche y de Schopenhauer.

Pero llegó el fatídico momento, el rótulo del entresuelo pasó ante mis ojos, y mis dedos acariciaron lentamente el suelo recién pulido del portal…Con más decisión que firmeza me alcé en el púlpito. La comunidad en pleno ya había relegado al ostracismo al  presidente de la escalera antes que yo mencionara la primera palabra, y esperaban un gesto de mi sabiduría para concederme el título con carácter vitalicio…pero no, ahora ya nada podría pararme, no limitaría mi potencial a un triste edificio de 8 plantas …les tildé de vacíos de espíritu¡, les acusé de banales¡, rechacé su vacuidad¡, aparté a los vecinos que, a mi pies, rogaban mi perdón. Pero ya era tarde, y la decisión estaba tomada, buscaría el edificio más alto de la ciudad, luego del país, más tarde del mundo…y de cada uno de sus correspondientes áticos… Me dejaría caer rodando por las escaleras, por la sencilla razón de tener más tiempo para pensar.  
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collage de Garbi KW www.garbikw.com

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